LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

domingo, 17 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE




Caída del Muro de Berlín

CAPÍTULO VI, continuación.

Berlín 1989

           El 9 de noviembre de1989 fue anunciado de modo oficial que a partir de la media noche los alemanes del Este podían cruzar libremente las fronteras hacía la Alemania del Oeste. Esto incluía el muro de Berlín. La gente se fue agolpando a ambos lados de las distintas fronteras y a la hora en que oficialmente se declararon abiertas, los berlineses de ambos lados comenzaron a cruzarlas, en coche, bicicletas, andando. La emoción era intensa e incontenida. Las familias que no se habían podido ver durante décadas, se abrazaban llorando y riendo a la vez. Se brindaba con vino del Rhin. Con ojos húmedos los berlineses occidentales regalaban presentes a los conocidos y desconocidos de la parte oriental. Otros entregaban flores a los soldados que hasta entonces habían sido temibles guardianes de la separación. Estos a su vez las colocaban en los parabrisas de los coches que cruzaban la frontera. Poco a poco la marea de gente a ambos lados se fue acercando al muro y como si se hubieran puesto de acuerdo comenzaron a derribarlo con picos, palas, martillos o lo que encontraran a mano. Era un trabajo común en la que todos se sentían una sola nación, impulsados por un mismo sentimiento de liberación. Desconocidos de ambos lados se ayudaban mutuamente a derriban el muro de la vergüenza y lo hacían con alegría irreprimible. Cuando lograban abrir brecha se fundían en un estrecho abrazo. Ya no había enemigos sino una misma patria y mirándose a los ojos reconocían en el otro al hermano alejado a la fuerza y ahora recobrado.
          Varias televisiones occidentales estaban presentes en el acontecimiento y tomaban distintas escenas de reencuentros. En un momento dado se captó una escena especialmente emotiva que recorrió el mundo: una mujer de mediana edad, alta, de cabello oscuro y ojos llamativamente claros y grandes, llenos de lágrimas, esperaba con los brazos extendidos en impaciente espera a un hombre maduro que auxiliaba a una pareja de ancianos a trepar por las brechas ya abiertas en el muro. La mujer morena corrió en su ayuda, y los cuatro, ya en zona occidental se fundieron en un apretado  abrazo. Parecían formar un conjunto escultórico, paralizados por la emoción. Pasaron varios minutos antes de que lentamente su fueran desprendiendo del abrazo y se contemplaran sin poder pronunciar palabras. 

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