LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

domingo, 22 de junio de 2014

CUANDO EL AMOR ES MÁS GRANDE QUE EL DOLOR. PRIMERA PARTE






DON JUAN

    A tu madre le encantaba recorrer las tierras en el coche de caballos. Era feliz sentada a mi lado dejando descansar su mirada sobre los campos de amapolas. Se le llenaban los ojos de luz, enlazaba su brazo con el mío y me atraía hacía ella con suavidad. Estábamos tan a gusto el uno junto al otro. Era verano y nos habíamos trasladado a Gorrondo, el caserío de sus padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos y no sé cuantas más generaciones. Tenía 250 años de existencia. Conservaba su señorío, aunque diferente a como tú lo conoces. Era como el cuadro que está en nuestra casa de Bilbao. Yo hice algunos arreglos más tarde. Pero entonces no tenía opción a opinar ni sugerir. Nuestra boda no había sido objeto de alegría para tus abuelos. Habían soñado para su hija única, con un buen partido, de familia reconocida socialmente y de mayor fortuna. Y yo no era nada de eso. Mi padre era secretario del Ayuntamiento de la capital y cabeza de una familia de once hijos. Yo había conseguido llegar a ser agente de bolsa, que en aquellos tiempos no se alcanzaba por oposición sino con trabajo y esfuerzo personal. Tampoco había adquirido el rango profesional que años más tarde llegó a alcanzar. Además estaba el inconveniente de que entre ella y yo había una diferencia de trece años. 
  Tu madre tenía veintidós. Veintidós felices años llenos de vida y de ilusiones. Me enamoré de ella como un tonto. La primera impresión que causaba era la  de una joven sería y tímida pero su sonrisa sincera y espontánea  transformaba su rostro, embelleciéndolo. Me quedé prendado de su naturalidad, su risa fácil y contagiosa que hacía que los ojos se le iluminaran y cobraran un atractivo difícil de esquivar, como un imán suave pero irresistible. Una mujer con un encanto especial que, como el buen perfume, te atrae sin darte cuenta.
    Tu hermano Ramón nació al año de casarnos. Nosotros éramos felices viéndole crecer fuerte y alegre. Desde pequeño apuntó un carácter firme y decidido. Si algo se le resistía apretaba los puños y no cejaba hasta que lo conseguía. Tu madre se volcó con él pero nunca me sentí fuera del círculo maravilloso: sabía integrar todos sus quereres. Y los dos nos sentíamos amados por igual aunque de distinta manera. Continuamos yendo los veranos a Gorrondo para estar con los abuelos. Era un lugar sano y propio para que un niño creciera en contacto con la naturaleza. 
    Ahora era Moncho el que sentado entre tu madre y yo, nos acompañaba en nuestros recorridos en el coche de caballos. Disfrutaba con los campos de amapolas. Lo había heredado de su madre. ¡“Polas!, ¡Polas”! gritaba mientras las señalaba con su mano regordeta y nos tiraba con insistencia de la manga bien a tu madre o a mí para que le acompañáramos en su entusiasmo. Yo acababa frenando al caballo para que los dos bajaran del coche y recogieran un ramillete. Sus gritos de alegría, deleitaban a tu madre que le seguía de cerca para asegurarse de que no se perdía en aquella maraña de trigo y flores. 
    La única nube que turbaba nuestra felicidad era que no había señales de que otro niño estuviera en camino. El ginecólogo aseguraba que no había ningún impedimento pero el niño no venía, así que cuando seis años más tarde tú empezaste a dar signos de vida, tu madre y yo nos llenamos de alegría. Queríamos una familia numerosa: yo, porque procedía de una y tu madre, porque no le había gustado ser hija sola. Se nos hicieron largos los meses de espera. Moncho estaba desconcertado porque percibía algo intangible que le había desplazado hacia la periferia. Y tu madre se empeñaba en repetirle que tenía que querer a su hermanito porque iba a ser muy pequeño y necesitaría de sus cuidados. Moncho miraba `perplejo a su alrededor porque no encontraba entre sus juguetes ningún objeto pequeño que respondiera al nombre de hermanito. 
    Por fin llegó el día. Se presentaba un parto difícil. Vivíamos entonces en Bilbao en la misma casa en que nació Unamuno. Te esperábamos con los brazos abiertos. Había nervios e inquietud. Tu madre estaba serena y cooperaba con todas sus fuerzas. Pero la tensión fue creciendo según iban pasando las horas. Tú, por fin, te asomaste a la vida pero tu madre se hundió en la muerte. Pudo tenerte en sus brazos y acariciarte durante unos minutos para depositar un suave beso en tu colorado rostro; las únicas caricias que has recibido de ella. A las pocas horas ya eras huérfano de madre
    Yo me sumí en un dolor intenso que no me dejaba pensar. Me quedé a solas con ella durante horas. Le hablaba, no me contestaba. Lloraba, no me oía. Es terrible la quietud de la muerte. La incomunicabilidad. Contemplar un rostro amado que jamás volverás a ver en esta vida. Saber que no puede responderte, ni consolarte.
    Tus abuelos se ocuparon de ti y de Moncho durante los primeros días, llevándoos a su casa Te bautizaron al día siguiente de tu nacimiento. Era San Gabriel, y así te llamaron. Ni siquiera me preguntaron qué nombre quería ponerte. No me importaba. A los pocos días viniste a casa y creciste al cuidado de Simona. Fue como tú segunda madre .Yo me alegré cuando, a su muerte, tú insististe en enterrarla en nuestro panteón.
    Yo buscaba la compañía de tu hermano, que, aunque incapaz de captar mi profundo dolor y soledad, podía compartir conmigo algunos recuerdos de su madre. Durante meses preguntaba por ella todos los días. Por las noches, solo en su habitación, le oía llorar desconsoladamente. Me sentía herido por ese llanto e incapaz de encontrar el modo de consolarle. Pasaba horas en su cuarto, intentándolo. Todo esto contribuyó a que estuviéramos muy unidos en los años posteriores. 
    Seguíamos veraneando en Gorrondo y cuando empezaste a tenerte en pie pasabas mañanas enteras atareado, recogiendo las chiribitas que crecían en la campa del jardín donde unos cuantos tilos se elevaban hacía el cielo y proyectaban una sombra protectora. Fue entonces cuando empezamos a llamarte Chiribito, por tu amor a las pequeñas flores blancas y amarillas que cuajaban la hierba. Con tus cortas piernas tambaleantes, depositabas las flores en las faldas de tu abuela y de Simona y corrías afanoso a coger más, para entregármelas, tímidamente. “Muy bien Chiribito, muy bien, son preciosas” era lo más que conseguía decirte, mientras pasaba un dedo suavemente por el contorno de tu rostro. Te lo agradecía de corazón pero por un sentimiento inexplicable del que no podía desprenderme era incapaz de esforzarme en ser más cariñoso. Te tenía a ti, pero no tenía a tu madre. Inconscientemente te culpaba de ello.
    Conoces bien como fue la muerte de tu hermano. Los primeros síntomas, las altas fiebres, los dolores musculares, las erupciones en su cuerpo, las visitas diarias del médico y el diagnostico final: “Tifus”- dijo 
    Y mi mundo se derrumbó. Veíamos a Moncho hundido en el sopor, su estado de delirio. Sabíamos que le quedaban pocos días de vida. 
  Días terribles para mí. Mi hijo mayor se me iba como se había ido mi mujer, precisamente cuando las ilusiones soñadas parecía iban a realizarse: la culminación de su carrera, el futuro trabajo ya prácticamente confirmado.   
    Pasaba las noches junto a su cama. Lloraba sin lágrimas. Estaba metido en mí mismo, sumido en mi dolor, distanciado de todo y de todos. Me olvidé de ti, Chiribito. Envuelto en mi pena era incapaz de captar lo que esta muerte podía estar significando para ti. Nunca tuviste una palabra o una mirada reprochadora. Tú nunca me acusaste de nada.
  Fue la muerte de Moncho lo que me hizo decidir un cambio de casa Había demasiados recuerdos dolorosos en la antigua. Elegí la calle Ripa, junto a la ría porque estaba cerca de mi trabajo y de la bilbaína. 
    Han pasado muchos años pero aún me siento culpable por no haber sabido quererte tanto como tú necesitabas. La sombra de una nunca reconocida acusación injusta, gravitaba sobre ti. A pesar de todo tu creciste fuerte y risueño. En ocasiones algunas cosas cuya comicidad nos parecían absurdas a los demás, inesperadamente te hacían soltar carcajadas contagiosas, que nos alegraban a todos. 

sábado, 21 de junio de 2014

NUEVOS INTENTOS DE ESCRITORA




Esta vez no son INTENTOS DE ESCRITORA, sino nuevos intentos sobre algo ya escrito.Este curso ha sido poco prolifera en cuanto a creatividad se refiere. Las causas son variadas y no merece la pena reseñarlas. 
Pero una de las cosas que he hecho, ha sido corregir, con las ayuda   y sugerencias de mis compañeros de Taller, un relato que realicé el año pasado. Para ser exacta, lo subí el 25 de Junio de 2013. 
Sustancialmente  es el mismo escrito pero espero que los cambios y las sugerencias lo hayan mejorado. 
Ya me diréis si sois de la misma opinión. Mañana lo veréis.

domingo, 1 de junio de 2014

APAREZCO POR CASUALIDAD.



Llevo una temporada larga sin aparecer por aquí. No es que haya tomado la determinación de no seguir con el blog. No, no es eso. La cuestión es que este año he dedicado poco tiempo a escribir y tengo poca producción. Espero subir algo dentro de unos días, pero mientras tanto incluyo este vídeo que me hizo mucha gracia.
Espero que os guste como me ha gustado a mi.

Me alegro de estar con todos@s otra vez.