LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

miércoles, 20 de octubre de 2010

PERSONAJES DE MI VIDA

TATA


Era hija de unos caseros, un matrimonio que cuidaba y trabajaba algunas tierras que mi padre había heredado. Gente fiel, trabajadora, leal: Miguel y Eustaquia. Pequeño y con bigote él, Delgada y espigada ella. Tenían dos hijas: Tata vino a trabajar a casa de mis padres cuando tenía 16 años. La idea era que fuera haciéndose a la vida en la ciudad y al trabajo de una niñera, para que en un próximo futuro se encargara de mí, que todavía no había nacido.

No había conocido otra cosa que el caserío y el trabajo de la huerta. Vida dura y de pocos lujos, aunque nunca le había faltado nada y la familia tuviera un buen vivir. Criatura alegre, de risa fácil y excelente carácter; siempre sonriente.

Obnubilada por los caprichos que una casa de ciudad podía ofrecer, solía buscar en los armarios de la cocina, para saborearlos, los alimentos que a ella le llamaban la atención, cosas como chocolate, galletas, o cualquier otro de los pequeños y muy escasos lujos que la ciudad podía ofrecer, durante la postguerra. Cuando pudo comprobar que nada le estaba vedado, contaba, entre carcajadas, y con su defectuoso castellano, llena de giros de euskera: "venir, y rapa, coger" que se convirtió en una frase paradigmática en la familia. Acostumbrada a los horarios del campo Al anochecer le vencía el sueño y se quedaba dormida apoyada en la mesa de la cocina. Era una criatura encantadora. Mi madre la describía como una innata alma fina.
En contraste, yo era una perfecta pesadilla; no solamente dormía mal, sino que lloraba durante toda la noche y cogía rabietas que duraban horas y horas. Mis pobres padres estaban ya agotados. Mi madre en un arranque de coraje, en una de esas noches insoportables, me sacó de la cuna y me sentó en el suelo, junto a la puerta de su cuarto, pero fuera de la habitación, abandonada a mi propia rabieta. Al día siguiente le habló a Tata: "de ahora en adelante, la niña dormirá contigo. Apenas dormirás durante la noche, pero cuando llegue la mañana, no te levantes, duerme todo lo que necesites. No te preocupe la hora. Es insoportable y va a acabar con todos nosotros."
Algo debió de hacer Tata, porque tengo un vívido recuerdo de escenas de otra índole: despertarme en la oscuridad de mi habitación y empezar a gritar con voz suave primero pero en un creciente crecendo según pasaba el tiempo: "no quiero dormir más. No quiero dormir más. No quiero dormir más. No quiero dormir más" hasta estallar en un imperioso y desesperado No quiero dormir más, al que Tata no podía resistirse y aparecía en el umbral de la puerta y con voz suave y cariñosa me decía (para entonces hablaba un perfecto castellano con giros en euskera): "que tal lastana, ya has dormido bastante? Vamos a levantarnos, pues" Ella llevaba ya horas de pié.
Pero llegó un nefasto día en que me enteré que se iba de nuestra casa. Regresaba a casa de sus padres, para preparar todo lo relacionado con su próxima boda con Pedro, su novio, de quién yo ignoraba toda existencia. Pedro era la perfecta replica para Tata: buen carácter, honrado, de sonrisa fácil, y ojos claros y limpios.

Al poco tiempo llegó la fecha de la boda a la que asistí junto a mis padres que actuaban de padrinos. Observaba todo desde un banco al fondo de la iglesia del pueblo, junto a la que había reemplazado a Tata en mi cuidado. Inesperadamente me asaltó un pensamiento sobrecogedor: no había oído hablar sobre lo que Pedro había estudiado, ni cual era su trabajo. Estaba acostumbrada a las conversaciones de los mayores sobre parientes o amigos que se casaban después de que el novio hubiera terminado la carrera, y tuviera un trabajo fijo y bien remunerado. Y en mi inocencia y mi cariño por Tata, me sentí sobrecogida por el posible desamparo en que se pudiera encontrar.

Pregunté quedamente pero con autentica inquietud en la voz y en la mirada "¿qué ha estudiado Pedro?". Su voz, llena de risa, me tranquilizó. "No te preocupes, Pedro conduce trenes, y lo hace muy bien." Respiré tranquila. Tata iba a ser feliz.

Y en efecto, lo fue. No le faltaron sinsabores y penas, como la muerte de su primer hijo de un cáncer de huesos cuando contaba muy pocos años, pero nunca le faltó el amor de su marido y de todos nosotros, además de nuestro agradecimiento y admiración.

martes, 12 de octubre de 2010

VARIEDADES


¿DE DONDE VENGO?




Hay algo en la música de esta mi tierra vasca que me produce un sollozo en el alma. Siempre que la oigo me emociona. Toca mi más profunda fibra sensible. Me da un pellizco en el corazón: es el patetismo que mora allá, en el fondo de la melodía.
No es, como a veces se piensa, el resultado de una gente genéticamente sentimental, pero corta en palabras. Hay algo más.

La respuesta la encontré hace años, cuando cansada de recorrer la sala dedicada a las distintas razas del mundo, en el Museo de "Ciencias Naturales" de Londres, me apoyé en el quicio de una de las puertas que daba acceso a otra de las salas, esperando que mis amigos dieran por terminado su repaso de las distintas entidades humanas. Miré a mi izquierda y me sobresalte, porque me tope con lo que tomé por una fotografía de mi padre: nariz larga, saliendo en busca de una barbilla que se proyectaba hacia arriba acudiendo en su búsqueda.
Giré sobre mi misma y la miré de frente. Leí "Raza Vasca" y debajo en letra pequeña explicaban algo así como "raza de origen desconocido, probablemente original de Mesopotamia, que se había dispersado en dos direcciones opuestas: unos hacia el norte de África y otros hacia Europa, llegando a asentarse en el norte de España". No he vuelto al Museo desde entonces pero cuando vuelva a Londres la próxima vez, visitaré el Museo para corroborar mi recuerdo.
Me ha venido a la memoria una anécdota que mi padre solía contarnos, con una sonrisa en los ojos, sobre sus años de estudiante en Durham University, en Inglaterra. En una ocasión, se le acercó un individuo en el tranvía y le comenzó a hablar en una lengua indescifrable. Mi padre le explico en inglés que no podía entenderlo. Y el buen hombre se disculpó embarazosamente: "Perdón, creí que era usted judío." Era yiddish.

Me pregunto a veces: ¿descenderé de Abram de Ur, que se desplazó a la tierra prometida? Ese Ur, ¿tendrá que ver algo con mi apellido (su traducción, más o menos libre es "el que viene de lejos") y con la añoranza que impregna las canciones de mi tierra? ?.¿Será ese origen lejano e inasequible el que echamos en falta los habitantes de este rincón del mundo? Como la llamada imperativa del origen desconocido: la nostalgia por la tierra perdida, el melancólico sentimiento de algo intangible, lejano, inexplicable pero cierto.

El dolor por la amada tierra perdida, por los montes nunca vistos, por las desconocidas raíces que nunca veremos. Por no saber de donde somos ni a donde vamos.
Pero sí donde estamos.

sábado, 2 de octubre de 2010

PERSONAJES DE MI VIDA


DOÑA ADELA


Era maestra. Durante muchos años - ahora me parecen una eternidad - fue de casa en casa impartiendo clases a todas aquellas niñas que no acudíamos a ningún colegio. Algo que ahora resulta anacrónico y asombroso.

Eran clases de cultural general. Lo sorprendente es que aprendíamos y mucho. Mucho de general y algo de cultura.
La cuestión es que cuando me incorporé a un internado, no me sentí en desventaja con las que llevaban muchos años como alumnas y se suponía que llenas de experiencia. También es cierto, que en aquella época, no en todos los colegios se cursaba el Bachillerato, sino la famosa Cultural General. Y este era el caso del colegio al que asistí.
Pero volviendo a Doña Adela. Arrastraba su muy avanzada edad de casa en casa, durante todo el día. Vestía de negro. Se cubría la cabeza con un velo. Tenía dientes postizos, y mis ojos no se podían apartar de ellos. Su bolso era un pozo sin fondo de lápices y gomas de borrar. Llegaba siempre puntual, nos sentábamos ante la mesa y empezaba la lección. Primero, revisión de los deberes del día anterior. Después, explicación de la asignatura que tocará. En la tercera fase, se explicaban los deberes del próximo día.
Llegó un momento, en que aunque siempre aplicada, me deje involucrar sin medida por uno de mis juegos preferidos: pintar o colorear trajes para las muñecas de papel, creadas por una de mis amigas. Familias enteras a las que tenía que proveer de ropa. Familias de vida ajetreada y muy involucradas en eventos sociales, con lo que mi destreza en copiar o inventar nuevos modelos y ajustarlos a las correspondientes muñecas creció progresivamente.
Pasaba tardes enteras jugando con ellas, en casa de otra amiga del alma. Horas dedicadas a trenzar historias improvisadas con los distintos personajes de papel.
En un largo pasillo de su casa, extendíamos páginas recortadas de revistas de decoración, con las que construíamos los hogares de las dos familias: la de mi amiga y el mío. Nos arrastrábamos rápidas sobre nuestras rodillas de una habitación a otra, para hacer el papel de quién fuera él o la que interviniera en película casera sin guión previo, lleno de imaginación, que cada tarde nos inventábamos. Cada uno de los personajes tenía su propia voz, con lo que acabamos creando un amplio elenco de voces distintas.
Este ejercicio- la confección de los trajes y el rodaje sin cámara de cada secuencia- me llevaba tanto tiempo, que cuando cada mañana me presentaba ante Dña. Adela para darle cuenta de mis deberes del día anterior, con voz compungida explicaba que no había entendido el problema de matemáticas o no me había entrado en la cabeza la guerra de los Treinta años. ¡"Pero si te las doy mascadas"! se asombraba Dña. Adela. Y yo me quedaba fascinada contemplando sus dientes postizos que - según ella - eran capaces de desgarrar tales conocimientos.

Pero no cedí ni un ápice y continué improvisando historias y mezclando colores con mis acuarelas para conseguir un nuevo y variado color para cada traje de baile, calle, invierno, verano otoño y primavera de mi gran familia.
Tenía la suerte de que el jardinero y la cocinera iban siempre vestidos iguales, de lo contrario la geometría y la geografía se hubieran ido a piqué de la misma forma que se fueron la Historia y las Matemáticas.

Ocasionalmente descubro personas que también fueron alumnas de Doña Adela. Todas la recordamos con cariño y añoranza. Estoy descubriendo que media ciudad ha mantenido un cierto nivel cultural precisamente a través de aquella incansable mujer que tenazmente acudía a nuestras casas, con sus zapatos viejos y dados de si, sus trajes negros y mantilla sempiterna y que sin desfallecer se propuso educar hasta donde ella era capaz, y lo era mucho, a un puñado de niñas de la burguesía local. Sin embargo era tan discreta que, a menos que hubiera amistad entre sus alumnas, nunca hablaba de ellas a las otras alumnas.
Murió hace muchos años. Yo estaba ausente de la ciudad y me enteré de su muerte años después.
Casi setenta años más tarde la recuerdo con mucho cariño y admiración. Por su pobreza vergonzosa y digna, Por sus conocimientos impartidos sin desánimo, por su paciencia, sabiduría y conocimiento de la niñez.