LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

sábado, 2 de octubre de 2010

PERSONAJES DE MI VIDA


DOÑA ADELA


Era maestra. Durante muchos años - ahora me parecen una eternidad - fue de casa en casa impartiendo clases a todas aquellas niñas que no acudíamos a ningún colegio. Algo que ahora resulta anacrónico y asombroso.

Eran clases de cultural general. Lo sorprendente es que aprendíamos y mucho. Mucho de general y algo de cultura.
La cuestión es que cuando me incorporé a un internado, no me sentí en desventaja con las que llevaban muchos años como alumnas y se suponía que llenas de experiencia. También es cierto, que en aquella época, no en todos los colegios se cursaba el Bachillerato, sino la famosa Cultural General. Y este era el caso del colegio al que asistí.
Pero volviendo a Doña Adela. Arrastraba su muy avanzada edad de casa en casa, durante todo el día. Vestía de negro. Se cubría la cabeza con un velo. Tenía dientes postizos, y mis ojos no se podían apartar de ellos. Su bolso era un pozo sin fondo de lápices y gomas de borrar. Llegaba siempre puntual, nos sentábamos ante la mesa y empezaba la lección. Primero, revisión de los deberes del día anterior. Después, explicación de la asignatura que tocará. En la tercera fase, se explicaban los deberes del próximo día.
Llegó un momento, en que aunque siempre aplicada, me deje involucrar sin medida por uno de mis juegos preferidos: pintar o colorear trajes para las muñecas de papel, creadas por una de mis amigas. Familias enteras a las que tenía que proveer de ropa. Familias de vida ajetreada y muy involucradas en eventos sociales, con lo que mi destreza en copiar o inventar nuevos modelos y ajustarlos a las correspondientes muñecas creció progresivamente.
Pasaba tardes enteras jugando con ellas, en casa de otra amiga del alma. Horas dedicadas a trenzar historias improvisadas con los distintos personajes de papel.
En un largo pasillo de su casa, extendíamos páginas recortadas de revistas de decoración, con las que construíamos los hogares de las dos familias: la de mi amiga y el mío. Nos arrastrábamos rápidas sobre nuestras rodillas de una habitación a otra, para hacer el papel de quién fuera él o la que interviniera en película casera sin guión previo, lleno de imaginación, que cada tarde nos inventábamos. Cada uno de los personajes tenía su propia voz, con lo que acabamos creando un amplio elenco de voces distintas.
Este ejercicio- la confección de los trajes y el rodaje sin cámara de cada secuencia- me llevaba tanto tiempo, que cuando cada mañana me presentaba ante Dña. Adela para darle cuenta de mis deberes del día anterior, con voz compungida explicaba que no había entendido el problema de matemáticas o no me había entrado en la cabeza la guerra de los Treinta años. ¡"Pero si te las doy mascadas"! se asombraba Dña. Adela. Y yo me quedaba fascinada contemplando sus dientes postizos que - según ella - eran capaces de desgarrar tales conocimientos.

Pero no cedí ni un ápice y continué improvisando historias y mezclando colores con mis acuarelas para conseguir un nuevo y variado color para cada traje de baile, calle, invierno, verano otoño y primavera de mi gran familia.
Tenía la suerte de que el jardinero y la cocinera iban siempre vestidos iguales, de lo contrario la geometría y la geografía se hubieran ido a piqué de la misma forma que se fueron la Historia y las Matemáticas.

Ocasionalmente descubro personas que también fueron alumnas de Doña Adela. Todas la recordamos con cariño y añoranza. Estoy descubriendo que media ciudad ha mantenido un cierto nivel cultural precisamente a través de aquella incansable mujer que tenazmente acudía a nuestras casas, con sus zapatos viejos y dados de si, sus trajes negros y mantilla sempiterna y que sin desfallecer se propuso educar hasta donde ella era capaz, y lo era mucho, a un puñado de niñas de la burguesía local. Sin embargo era tan discreta que, a menos que hubiera amistad entre sus alumnas, nunca hablaba de ellas a las otras alumnas.
Murió hace muchos años. Yo estaba ausente de la ciudad y me enteré de su muerte años después.
Casi setenta años más tarde la recuerdo con mucho cariño y admiración. Por su pobreza vergonzosa y digna, Por sus conocimientos impartidos sin desánimo, por su paciencia, sabiduría y conocimiento de la niñez.

5 comentarios:

  1. He hecho la corrección debida de su nombre.

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  2. ¡¡Doña Adela!! Que nombre más usual de aquella época, además te puedo decir querida amiga que debía de ser usado por muchas maestras. Cuando piensas en cosas de entonces, cosas nuestras, a veces, yo pienso si esta sacado de un cuento, de un tebeo de aquellos que podíamos leer, un cuento de hadas, luego sacudes la cabeza y sabes que aquello fue lo que paso, que es de verdad, claro, eran otros tiempos, otra educación, otra forma de ver la vida sobre todo en las mujeres, o lo que es lo mismo las niñas. Una bonita experiencia, un precioso relato de los que me gustan leer, simplemente aquello que fue, recuerdos de un ayer.
    Abrazos

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  3. Las maestras como esa, que se dejan el alma en la labor, se merecen estar en un altar, de hecho, creo que lo están. El tiempo remansa las experiencias, deja en el fondo del corazón ese limo valiosos que las aguas de la vida no permitía apreciar entonces.

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  4. Estoy de acuerdo contigo. Una maestra marca la vida de sus alumnos, para bien o para mal. La perspectiva que nos dan los años, nos deja ver a las personas en su verdadera dimensión.

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  5. yo me lo pasaba bomba dibujando los vestidos de los recortables, luego los ordenaba en sobrecitos que hacía como si fueran armarios. l.a.

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