LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

viernes, 30 de abril de 2010

VARIACIONES

LA DESCONCERTANTE QUIETUD DE LA MUERTE




El paso a la inmovilidad.
Quietud, inmovilidad.
Un segundo antes podía mirar o decir algo, respiraba, quizás podía oírte.
Un segundo antes podías hablarle.
Otro segundo y ya no está.
Permanentemente mudo.
Distancia infranqueable,
Incapacidad de comunicación.
Inexpresividad. Un rostro amado que queda plasmado en piedra.
Sin los gestos y expresiones familiares.
Ha sido y ya no es.
Nunca volveré a contarle, preguntarle, enterarme, saber de él.
Se ha ido, para siempre, hasta el Cielo.
No está, aunque esté.
La desconcertante quietud de la muerte.
A quien conocíamos tan bien, ahora ya no podemos comunicarle nada, ni nos puede responder algo.
Se ha acabado, aquí en la tierra.
Paralización irreversible.
El misterio de lo finito.
El misterio de lo infinito.

jueves, 8 de abril de 2010

VARIACIONES


NOCTURNO

La luna iluminaba con luz azul y fría los corredores y anchos pasillos que una mujer jóven alta, y esbelta recorría presurosa persiguiendo la suave y lenta melodía que sonaba en la lejanía: música extraña y tentadora.
Le atraía como un imán. No podía desprenderse de su llamada.

La cadencia se aceleraba mientras avanzaba a paso ligero por los inmensos salones vacíos, en busca del sonido que se iba haciendo más cercano, más nítido.

Obedeciendo a un impulso incontrolable, la muchacha echó a correr siguiendo el ritmo de la música, que se había transformado en trepidante, hechizada por la cada vez más extraña melodía. La larga bata de cola de tela ligera y delicada se revolvía alrededor de su figura, agitada por un viento fuerte y continuo. Los cabellos revoloteaban alrededor de su bello rostro al compás de su precipitada marcha.
Se paró ante la puerta de roble de doble hoja, alta y ancha. La melodía procedía de allá.
Giró la manilla de la puerta con extremo cuidado.

Poco a poco un débil haz de luz azul grisáceo se fue abriendo paso hasta hacer visible un inmenso salón sin muebles, suavemente iluminado por la luna.

En el extremo opuesto a la puerta, junto a un gran ventanal que daba al jardín, había un piano de cola abierto. Sentada frente a él, se recortaba la figura de una mujer con la espalda vuelta hacia la puerta. Vestía un traje obscuro, largo, con el pelo recogido en un elaborado moño. Se inclinaba sobre el teclado en una apasionada interpretación. La melodía era ahora arrebatadora.
Jadeante, sin aliento, espero clavada delante de la puerta que había cerrado tras de si.
La mujer se volvió muy lentamente y avanzó hacia ella deslizándose sobre el suelo: parecía flotar sobre las ricas maderas. La joven tuvo que hacerse a un lado para dejarla pasar. Vio como su mano de dedos largos y delgados, lenta, deliberadamente, hacía girar la manilla.
Entonces volvió la cabeza hacia ella y pudo verla a la luz de la luna: era un rostro sin facciones, en el que solo aparecía una ambigua sonrisa.
La oscuridad la envolvió en círculos concéntricos. Lo último que vio fue la figura etérea desapareciendo tras la puerta.
Todo quedó en silencio. Cayó al suelo desmayada.
Siempre la misma pesadilla, siempre el mismo desenlace.