LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

sábado, 22 de enero de 2011

EL MEJOR MÉTODO PARA LOGRAR NO ENAMORAR A LA MUJER QUE QUIERES.

Camino del Faro. Acuarela de Paloma Rojas
Éramos un numeroso grupo de amigas desde la infancia. El sistema de educación seguido era algo insólito para los tiempos actuales. Sin asistir a ningún colegio, adquiríamos conocimientos de la mano de profesores particulares. Como resultado, nos quedaban muchas horas libres para jugar en el Parque de Doña Casilda de Bilbao, sobretodo a la pelota.
Todas las mañanas y todas las tardes a la salida del colegio, un grupo de chicos de un conocido colegio de la ciudad, nos contemplaba desde los bancos situados en un lateral de lo que denominábamos " el cuadrado", un jardín lleno de rosas en primavera.
Todas éramos adolescentes enamoradizas y tímidas que sin cruzar palabra intentábamos captar la atención de aquel chico que nos gustaba especialmente: saltos espectaculares para alcanzar la pelota, risitas histéricas sin sentido, exhibición de capacidades atléticas. Lo que fuera total de destacar.
Esta etapa duró lo que entonces me pareció muchos años, y ahora me parece un suspiro. Pero llegó un momento en el que grupo se dispersó. La mayoría empezó a asistir a colegios de la ciudad en condición de mediopensionistas, y otras pocas fueron enviadas a internados. Yo me quedé todavía un par de años más en mi ciudad y en mi parque.
Fue entonces cuando empecé a notar, casi imperceptiblemente y sin que al principio me diera mucha cuenta, de la presencia de otro grupo desconocido de chicos, que desde bancos más lejanos venían a vernos jugar a las que aún permanecíamos en Bilbao. Entre todos ellos, empezó a destacar, por su actitud, un chico en particular. Su mirada era excesivamente absorbente; los comentarios, que compartía con sus amigos, eran obviamente sobre mí.
Gradualmente fue creciendo en mí un sentimiento de rechazo y repugnancia hacia su cara redonda y aplastada, su estúpida sonrisa de triunfador, su mirada insistente. Un diente, parcialmente roto, hacia su sonrisa aún más desagradable. Se convirtió en una presencia obsesiva que yo intentaba evitar por todos los medios pero que no lograba conseguir. Hiciera lo que hiciera, fuera donde fuera, siempre acaba apareciendo su figura en el horizonte, estropeando mis ratos de diversión. La situación llegó a su cenit, cuando acabe cruzándome con él irremisiblemente mientras iba de compras con mi madre, o me encontraba en alguna parte de la ciudad, ajena al ámbito normal de mis juegos.
No podía evitarlo, era irracional pero me resultaba desagradable, repulsivo. Recuerdo con horror un sueño en el que mi madre se encontraba con su madre - que no conocía de nada - y el interfecto - que todavía conocía menos - y yo me veía obligada a soportar su presencia desagradable, para que mi madre no advirtiera mi actitud de rechazo absoluto. Despertar y ver que nada era real, fue un alivio.
Llegué a desarrollar el hábito de fruncir el ceño y asumir una mirada dura y antipática, para ver si así lo ahuyentaba definitivamente
Todo era inútil. Parecía que cuanto más antipática, desagradable, distante fuera, más empecinado estaba él en seguirme y buscarme por la ciudad. Y debía conocer bien mis recorridos, o tener alguna fuente de información y espionaje particulares, porque fuera donde fuera, siempre aparecía aquella figura en el horizontes, agriando mis mañanas y tardes.
Todo quedó olvidado cuando fui a estudiar en un internado. Una vez terminada mi estancia en el colegio, pasé una temporada en el extranjero para completar mi peculiar educación. . A la vuelta, la vida siguió su curso y me enrolé en el ritmo social de una ciudad de provincias. El tipo no se me había olvidado, pero era tan solo un incidente en mi vida cuya existencia nadie más que yo conocía.
La ciudad era ahora para mí un lugar agradable en el que vivir. Disfrutaba de mi juventud y mi estilo de vida. La gente que me rodeaba era atractiva e inteligente. Sonreía por la calle y saludaba a todo el mundo con entusiasmo y simpatía.
En una ocasión en que me dirigía al encuentro de un grupo de amigos, percibí, acercándose hacia mí a una pareja, que venía en dirección opuesta. Él agarraba posesivamente el brazo de una rubia artificial y vulgar. Susurraba algo al oído de ella mientras me miraba. Ella volvió su mirada hacia mí y sonrió entre sorprendida, burlona y divertida. Pude imaginar su diálogo: "Mira, esa era la chica de la que estaba perdidamente enamorado de crío". “¿De verás?" contestaba ella, "pues no sé lo que veías en ella, no vale mucho". Él apretó su brazo con fuerza y su diente roto volvió a aparecer en su cara aplastada e inexpresiva.
Me sentí definitivamente liberada.
Aceleré mi paso y sonreí feliz a mis amigos.

domingo, 2 de enero de 2011

CLAROSCUROS DE LA NAVIDAD

Era mi intención publicar está entrada durante la semana de Navidad, pero por la misma dinámica de estas fiestas tan familiares, me ha resultado imposible hacerlo. La publico a destiempo pero no quería dejar de hacerlo.
Catedral de Burgos. Acuarela de Paloma Rojas

La casa era un ascua de luz. Todas las lámparas encendidas, el nacimiento iluminado por pequeñas bombillas ocultas tras los corchos. Las velas chisporroteando en la mesa. Bullicio en la conversación, sonrisas en las miradas, risas de niños y de adultos. Desbordante alegría navideña en el ambiente. Nervios incontrolados de los niños, que no paraban de levantarse de sus asientos para atender a cualquier asunto que les interesaba más que la comida, para ellos, tan larga, tan ceremoniosa.
Los mayores saboreaban placidamente los platos tradicionales de la familia, comentando los chascarrillos familiares conocidos por todos y siempre celebrados como nuevos.
Como todas las noches de Navidad, después de la cena y de pasar un rato en cálida conversación, acudirían a la Misa de Gallo, tradicional en la familia.

La ciudad estaba oscura y silenciosa; en aquellos años no había iluminaciones en las calles. Tan solo los escaparates de las tiendas y otros establecimientos, proyectaban luz sobre las aceras. Escasos coches en la calle, el tráfico era casi nulo en aquella época. Otras familias se dirigían también presurosas hacia la iglesia. Conversaciones en tono familiar, voces atenuadas, carrerillas de niños que se adelantaban a los padres, risas y empujones infantiles llenos de impaciencia y nerviosismo.

La pequeña iba dando brincos agarrada a la mano de su madre que le dejaba hacer. La madre y una hermana conversaban en voz apagada, para no romper la intimidad. Su padre y los tíos seguían a corta distancia. Sus voces llegaban aterciopeladas en el silencio de la noche.
En la acera opuesta, la figura de un hombre solitario. Era una sombra obscura, con la cabeza baja, poco firme en su andar sin rumbo, las manos en los bolsillos. La chiquilla pudo oír a su madre y a su tía que comentaban: "es tremendo y triste, está continuamente borracho..... Sí, se separaron. Dan mucha pena su mujer y la pequeña".

Cuando oyó el nombre cayó en la cuenta de quien era aquella niña. Su imaginación le trasladó una casa a oscuras, con dos figuras grises deambulando como habitantes únicas. La soledad de una casa sin padre. En su corazón de niña que disfruta de una vida familiar estable y feliz, aquel hecho ensombreció su felicidad navideña, tan luminosa hasta entonces, tan sin nubarrones, que eclipsaran la paz de fondo. Se acurrucó al costado de su madre y luego, soltándose bruscamente, corrió a coger la mano de su padre, como queriendo afirmar la unidad, la seguridad de que a ella nunca se iba a encontrar sola.

La iglesia era otra ascua de luz, llena de familias que desprendían alegría y sonrisas. Los villancicos acompañaban la liturgia alegre de esa noche maravillosa y única.
El camino de vuelta a casa, era más bullicioso: todos se saludaban, se deseaban feliz Navidad, se despedían, con besos, abrazos, buenos deseos, felicitaciones, sonrisas, comentarios amables.
La calle ya no parecía tan oscura, estaba iluminada por las sonrisas de los transeúntes y sus voces alegres.

La llegada a casa, estaba llena de expectación. Los regalos del Niño Jesús esperaban al pie del nacimiento. La emoción era inconmensurable, los grititos de alegría constantes, los silencios emocionados ante el regalo tan deseado eran aún más expresivos.
Inesperadamente apareció en la imaginación de la chiquilla la figura de la madre y la hija solitarias en su casa a oscuras. Se quedé ensimismada durante un momento. Su madre lo notó y se acercó suavemente para preguntarle si le gustaban los regalos. Impulsivamente se aferró a ella en un fuerte abrazo silencioso. Después corrió hacia su padre, hacía su seguridad infalible.
Los villancicos cantados en familia volvieron a calentarle el corazón.
Sin embargo el recuerdo de aquella figura tambaleante y vencida por la vida perduró en su memoria. Representaba para ella la desolación de la niñez.

Años más tarde, ya adulta, tropezó en alguna ocasión, con la hija abandonada. En su rostro no había rastro de tristeza. Pero sus movimientos eran nerviosos e inseguros.