LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

miércoles, 29 de octubre de 2014

UNA NAVIDAD DISTINTA.





Molly estaba nerviosa. Era la vispera de Father Christimas. Como en años anteriores le había pedido una casa de muñecas, pero no una cualquiera, sino otra exacta a la de su prima, heredada de su madre: una casa victoriana de grandes dimensiones, que ocupaba casi media  habitación. La fachada de la casa  girando sobre los goznes de la derecha dejaba ver todo el interior y su contenido. Y eso era lo que Molly amaba con fruición. Pero nunca hasta entonces había recibido  el tan deseado regalo. Sin embargo tenía la intuición de que este año iba a ser el definitivo.

Necesitaba entretenerse en algo que  calmara la excitación habitual de la víspera de Father Christmas. Y decidió acercarse al muro de madera levantado recientemente cerca de su casa, donde antes existía una tapia de piedra demasiado alta para poder mirar por encima. Corría el rumor de que esa pared rodeaba un terreno hondo y salvaje por el que las ratas pululaban libremente.

Hacía algún tiempo que había observado el cambio de la pared pero no había tenido ocasión de acercarse y buscar un resquicio entre las tablas unidas y reforzadas con otras que las  cruzaban trasversalmente. Quería escudriñar lo que había detrás. Y esa tarde podía ser el día idóneo. Le distraería en las horas de espera

Reparó en un agujero redondo abierto en la madera. Guiño el ojo izquierdo y miró con el derecho: Nada, no había nada, solo un profundo socavón oscuro.

Iba a retirar su ojo del orificio cuando inesperadamente, una luz potente inundo la negrura y pudo contemplar, estupefacta, que allá, como suspendida en el aire, estaba la casa de muñecas con la que toda su vida había soñado.

La fachada de la casa, se abrió lentamente como impulsada por una mano invisible y pudo ver el interior de la mansión. Allá  estaba, en el hall central, el cuadro de Reynolds, presidiendo el arranque de escalera.  La lámpara central, de cientos de diminutas bombillas,  dejaba ver  los preciosos muebles artísticamente colocados contra la pared.

A la derecha, el gran salón, con la chimenea encendida y leños crepitando la eterna canción del fuego.  Dos  butacas orejeras miraban  hacía las llamas.  Mr. Wilson leía un diminuto The Times mientras Mrs. Wilson se concentraba  en su labor de aguja. El reloj de péndulo, con sus sonidos profundos y solemnes, recordaba que eran las  cuatro y media de la tarde. Era  la hora del té. En  una pequeña  mesa cercana, estaba depositada una bandeja con todo lo necesario: minúsculos  platillos y tazas con sus correspondientes cucharillas. La tetera y jarrita de leche a la medida de las tazas y los bollos del tamaño de una lenteja, esperando ser  barnizados por la mantequilla.

Con ojos como platos  Molly descubrió la  puerta de doble hoja que daba paso al comedor. La gran araña de cristal, colgada del techo, iluminando hasta el último rincón del comedor, le hizo parpadear. La vajilla  de Wedgewood de dos centímetros de diámetro y la cristalería irlandesa con copas más pequeñas que la uña del dedo meñique le hicieron estremecerse de placer; los tenedores y cuchillos diminutos, pero eficaces, reposaban pacientemente sobre un impoluto mantel de hilo irlandés. Y dobladas al lado de los platos, las servilletas del tamaño de un guisante. Dos preciosos candelabros colocados en los extremos de la mesa, sostenían unas velas pequeñas y blancas, que jugueteaban con su mecha dorada y temblorosa.

Sus ojos volvieron a mirar al hall  para descubrir que cruzando  hacia la izquierda se encontraba la Biblioteca. Estanterías llenas de libros cubrían las cuatro pareces, dejando solo espacio para la puerta de entrada. Cada volumen no mediría más de un centímetro de largo y hacía falta una lupa para poder leer los títulos en el lomo. Una escalera a la medida reposaba sobre una de las estanterías y podía correrse sobre raíles de madera hacía la derecha y la izquierda

“¡Oh sí!, “exclamó embelesada, al dirigir su mirada hacia  el segundo piso, en el que aparecía  la habitación de los padres. Buscó con la mirada los gemelos del dueño de la casa,  los que Molly tanto había admirado siempre. Del tamaño de la cabeza  de un alfiler, descansaban depositados  en el tocador, en una  bandejita de plata, junto a la otra bandeja similar que contenía  las joyas de la señora de la casa. Aunque  eran muy pequeñas se podían distinguir los anillos de milímetros de circunferencia y los pendientes de esmeraldas que parecían trocitos de migas de pan teñidas de verde.
A los pies de la cama, un canapé invitaba a descansar entre sus innumerables cojines de plumas no mayores que dados de parchís.  Los trajes de Mrs. Wilson, se podían ver colgados en el  armario del vestidor.  Y los sombreros descansaban sobre pequeñas baldas.

Ohhhh!!!, también estaba el cuarto de  baño, con la jofaina apoyada en una palangana proporcionada,  la bañera con las patas en forma de garra de pájaro, y las toallas, blancas como la nieve, colgando de los minúsculos colgadores aplicados en la pared.

Inesperadamente, la puerta giró sobre sus goznes y  se movió despacio  hasta que el interior  de la casa, desapareció. Ahora solo se podía ver las luces de las velas iluminando las distintas habitaciones y a sus habitantes, moviéndose como sombras detrás de las cortinas.

Una voz profunda y amable dijo en voz audible "Hasta mañana, duerme bien pequeña”

De repente se hizo de noche, la luz desapareció y se encontró mirando a la oscuridad a través del agujero.

Corrió hacia su casa. La tarde se había echado encima y anochecía. Pero Molly no tenía miedo. Su corazón latía lleno de emoción.  Sus padres estaban esperándole alarmados por su retraso. Hablando  excitadamente intentaba explicarles sin omitir detalle, cómo había visto la casa de muñecas que esa noche Father Christmas iban a depositar en sus zapatos. “Se ha despedido de mi hasta mañana”, casi gritó al finalizar su historia.

Los padres se miraron inquietos. Era una chiquilla fantasiosa pero nunca antes había sido tan exacta en sus ensoñaciones. Procuraron  tranquilizarla, escuchando con paciencia e interés. Hasta se  arriesgaron a sugerir que no tenía que desilusionarse si no le traían lo que ella había visto, porque Father Christmas no siempre podían contentar a todo el mundo. Pero ella replicaba con convicción, que era seguro que esa noche iba a venir, se lo había dicho, se había despedido hasta el día siguiente.

Después de la cena, la acostaron y le dieron a beber un vaso de leche caliente. La niña solo repetía con  insistencia “despertadme pronto, quiero verlo pronto”.

Esperaron hasta que se durmiera. Después los padres cerraron la puerta con cuidado  y se retiraron a su habitación. La  madre sacó del altillo del  armario un paquete cuadrado y no muy grande, envuelto en papel de navidad.

Miró  preocupada a su marido: “la desilusión va a ser mayúscula, pero  ahora es ya  demasiado tarde”, murmuró Recordaba la tosca casa de muñecas de dos pisos con una sola habitación en cada uno, sin muebles, sin luces, sin vestigios de platos de Wedgewood  o cristalería de Wicklow. Solo la casa desnuda.

“Veras” - continúo diciendo -  “escribiremos una carta de parte de Father Christmas contando que nos ha dejado dinero a nosotros para que durante el año, vayamos amueblando la casa, poco a poco, porque los tiempos son difíciles, hay muchos niños que no reciben regalos y probablemente habrá que repartirlos entre todos. No sé, cualquier cosa que mitigue la desilusión.”, terminó inquieta.

A la mañana siguiente Molly se despertó muy temprano y no pudiendo  dominar por más tiempo sus  nervios llamó a la habitación de sus padres, arrancándoles de las sábanas. Tiró de ellos  hacia el comedor, mientras casi gritaba, explicándoles: “Ya veréis cómo es de bonita”

Y allá, cerca de los zapatos apoyados en la chimenea del rincón del comedor, estaba el paquete, con una carta dirigida a ella. Molly se abalanzó hacia él, y con ambas manos arrancó el lazó.  Todo era un rasgar de papeles y romper de cintas para descubrir cuanto antes el esperado contenido del  regalo.

Sus ojos se iluminaron, se hicieron inmensos, y poco a poco fue recorriendo las habitaciones de la casa. Todo estaba en su sitio como ella lo había visto: Mr. y Mrs. Wilson, el fuego de la chimenea chisporroteando  alegremente, lanzando chispas contra el corta fuegos, las lámparas refulgente, el humo saliendo de la tetera, los bollos con la mantequilla derretida.

Sus padres la contemplaban observando su expresión. Se había olvidado de lo que la rodeaba, solo tenía ojos para observar lo que iba apareciendo según iba descubriendo el contenido del paquete.
No supieron cuánto tiempo pasó así. Cuando reaccionó se volvió hacia sus padres y con voz emocionada  explicó “Es tal como  la  vi ayer.”

Ellos se quedaron mirando fijamente a la pequeña casita de dos pisos, todavía sin amueblar. Y retiraron con disimulo el sobre con las falsas palabras de Father Christmas.

Sobre la repisa de la chimenea había una carta dirigida a LOS PADRES DE MOLLY. Rompieron el sobre nerviosamente y pudieron leer:  "ELLA ME HA CREÍDO  Y POR ESO VE SUS SUEÑOS".


16 comentarios:

  1. Seré un poco reiterativo, pero siempre volveré a repetir que me gusta mucho leer tus escritos. Como vasca de verdad, ¡qué buen castellano tienes. Un saludo muy cordial (Sigo vivo)

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  2. Esas reiteraciones me encantan, sobretodo porque suben la moral. Visito poco los blogs ahora, pero hace un par de días me metí en el tuyo y como siempre me gusto mucho. Me algra mucho que sigas vivo. Yo también. Otro saludo muy cordial.

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  3. ¡Hola, Bego!..espero que estés bien...yo bien, gracias a Dios. Acabo de leer el relato de la casita de muñecas...y lo he hecho con la ilusión en cada linea...deseando ver el final...y me ha encantado. Es un bonito relato muy propio para estos días. Por cierto, quiero desearte felices fiestas navideñas y que sigas muy bien...y escribiendo, tan bien como lo haces ya. Un beso grande.

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  4. Eres muy detallista acordándote de mi. Te lo agradezco mucho. De vez en cuando yo me asomo al tuyo aunque no te ponga nada. Estoy muy perezosa escribiendo. A ti te sigo por FB y veo que participas en muchas actividades poéticas, con éxito. Yo también te deseo muy felices Navidades, cerca del Belén y del Niño, que está dispuesto a darnos todo lo que nos convenga. Un fuerte abrazpo

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  5. ¡Qué bonito, Begoña!, me encanta cómo lo describes, con tanto detalle. Escribes muy bien.

    Te deseo una Navidad muy feliz, querida Begoña.

    Un beso muy fuerte.

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    1. Yo también te deseo una Navidad muy feliz, Rosa. Gracias por tus alentadoras palabras. Me ayudan mucho. Un abrazo muy fuerte

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  6. Hola, Begoña.
    Esto de andar perezosos debe de ser una pandemia, me sucede algo parecido.
    Te deseo una muy Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo,
    Tus relatos siguen marcando un estilo propio, enhorabuena!
    Un abrazo .

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  7. ¡Feliz Pascua, querida Begoña!

    Un beso grande.

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    1. Muchas gracias Rosa. Eres un encanto acordándote después de tanto tiempo. Ya ves que tengo bastante descuidado el blog. Un desastre. Un abrazp muy fuerte. Muy Feliz Pascua de Resurrección

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  8. ¡Pero si el relato es una preciosidad, querida Begoña!..cada vez que vengo encuentro cosas de más calidad. ¡Vaya escritora que te has hecho!. Espero que sigas muy bien. Un beso

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    1. Muchas gracias, Paqui. Hace mucho que no paso por mi blog y ya ves como lo tengo de parado. Estoy perezosa. Muy mal de mi parte; espero recobrar el afán pronto. Sigo muy bien. Un abrazo fuerte

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  9. Pero...lo has subido a facebook? es que me suena....

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  10. Oh....perdona...¡por eso me sonaba, Begoña!...ya lo había leído aquì...bueno pues no publiques estos comentarios ..si no quieres...o si no, hazlo ..jajaj....una anécdota.

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  11. Feliz Día del Libro, querida Begoña.
    Te recuerdo siempre.

    Un beso.

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    1. Muchísimas gracias, Rosa,por tu felicitación. Dime si estas en Facebook porque te pediría amistad.

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