LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

domingo, 24 de abril de 2011

FELICES PASCUAS




CON MIS MEJORES DESEOS PARA UNA MUY FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN.

lunes, 18 de abril de 2011

APRENDER A AMAR


Butrón en otoño. Acuarela de Paloma Rojas


Le conoció de niña y creció con la idea de que acabarían casándose. Sin embargo la perspectiva no le tentaba. Quiso libertad y descubrir mundo, experimentar cosas distintas, conocer otras personas, gentes, países. Atarse a él suponía abandonar sus propios planes, comprometerse a algo que, aunque no le repugnaba, porque le quería, le resultaba costoso, esforzado, dejar de ser independiente.

Llegó un momento en el que tuvo que tomar una decisión definitiva. La propuesta de él era nítida y clara. No forzaba nada. Proponía. Pero la invitación era tan amable, generosa y noble que puso en evidencia lo que ella barruntaba desde mucho tiempo atrás: sólo iba a ser feliz si se casaba con él. Y era lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta de que fuera de este matrimonio no lo iba a ser : nada ni nadie había llenado en todos aquellos años sus expectativas.

Decidió dar el paso adelante; suponía sacrificar muchas otras posibilidades y perspectivas , negarse otros caminos que le entusiasmaban pero adivinaba que su auténtica felicidad se encontraba junto a él.

Se casaron. Nunca lo lamentó. Aun más: si en el horizonte aparecía alguna dificultad o tentación de añoranza por una decisión diversa, recurría a su sentido de la lealtad y ante ella se erigía clara y firme la certeza de que nunca hubiera sido feliz con otro hombre. De hecho no concebía la vida sin él: hubiera carecido de sentido. Buscaba hacerle feliz, se sacrificaba para que lo fuera. Habían tenido varios hijos y eso les había unido más aún de una manera firme y clara.

El día que de forma inesperada, suave pero claramente, él le reprochó que no sabia querer, se quedó sin palabras, Muda. En silencio protestó en su corazón: tantas cosas sacrificadas por él: carrera, profesión, país, abandono de sus propios gustos y adaptación sin protesta a los gustos y demandas de él, a un sistema de vida tan distintivo de lo soñado. Se rebeló contra su afirmación y se indignó; enumeró sus sacrificios ocultos, proyectos abandonados por él, comodidades dejadas a un lado, carencias llevadas con alegría y sin reproches, sueños olvidados.

Con claridad meridiana él expuso que no quería sus sacrificios, ni el cumplimiento a rajatabla del deber ni sus autonegaciones estériles, sino su amor. Necesitaba ser querido por sí mismo, no por ser garantía de segura felicidad. Simplemente, quería su corazón, su vida, su auténtico ser, ella misma. Quería ser amado no solo con la cabeza sino con el corazón.


La indignación que ella sintiera al principio, dio paso al desconcierto y a este siguió el lento descubrimiento de su equivocado enfoque sobre el amor: descubría algo de sí misma que siempre había considerado como positivo, y ahora resultaba que era mezquino calculo, medida asumida para no quedarse indefensa. Y no sabía como remediarlo.


En un arranque de sinceridad, comprendió que no le hubiera gustado ser querida en la misma forma en que ella había querido.


Buscó en su interior un modelo, una norma a seguir, algo en que apoyarse.


Y descubrió con asombro que tan solo tenía que fijarse en como amaba su marido para caer en la cuenta de lo que era querer de verdad: saber amar sin condiciones.


Seguir amando aunque se supiera amado como un medio para asegurar la propia felicidad y no considerado en su verdadero valor.