LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

domingo, 22 de mayo de 2011

AMIGA PERDIDA PERO NO OLVIDADA



AMAPOLAS. ACUARELA DE PALOMA ROJAS




No puedo recordar su nombre. He repasado cuidadosamente las viejas agendas recopiladas durante muchos años, en las que aparecen las personas que he ido conociendo a lo largo de mi vida. Tengo una muy leve intuición de que uno de esos nombres es el suyo pero tan solo aparecen sus señas en Inglaterra. Vagamente recuerdo a una chica alta, morena, con ojos claros y mirada sonriente, que sabia encarar la vida de frente.
Ocasionalmente la recuerdo y divago sobre su posible derrotero: ¿habrá reencontrado a su familia?,¿ Se habrá casado?, ¿Tendrá hijos?,
¿Se acordará de mí, de nuestra pequeña aventura de juventud?.
¿La volveré a encontrar algún día?

Nos conocimos por casualidad. Era el año 1960
En las vacaciones de semana Santa, yo había quedado con una amiga mía en recorrer Escocia, utilizando la línea de autobuses "Green Line". Un par de días antes de la partida, me encontré sola para realizar este viaje; a mi compañera de viaje le surgió algún impedimento insuperable. Dudé qué hacer pero en un arranque de espíritu pionero, decidí aventurarme en solitario. Dejé Londres a primera hora de la mañana. Al cabo de varias horas aparecí en Gasglow, y me dirigí a un Youth Hostal.
Pasé al comedor y me senté en una mesa frente a una chica que también se encontraba sola. Establecimos un diálogo y descubrimos que ambas nos encontrábamos en circunstancias similares. Acordamos seguir la aventura juntas. Trazamos un plan para el día siguiente; recorrimos la ciudad de cabo a rabo, admiramos el Cristo de Dalí y disfrutamos con la vista de jardines floridos y alegres.


De común acuerdo decidimos hacer autostop y tuvimos éxito: un camión que transportaba clavos nos recogió y nos montamos en la parte de atrás junto a la carga, que dejó su recuerdo en nuestros cuerpos molidos pero no en nuestro espíritu lleno de juventud. Todo nos hacia reír y nuestra risa era contagiosa. Acabamos sentadas en la cabina del camión, compartiendo carcajadas con los tres empleados de la compañía, sorprendidos de nuestra alegría de vivir.


Oban es un rincón maravilloso, del que recuerdo su puesta de sol en el atardecer y la conversación monótona y aburrida de un alemán sorprendentemente moreno, del que era imposible deshacerse.
Subrepticiamente, al siguiente día cogimos otro autobús que, atravesando paisajes maravillosos, pequeños pueblos encantadores y orillando un Loch Ness calmo y nada amenazador, nos llevó a Aberdeen.


Poco a poco las dos fuimos conociendo nuestras mutuas circunstancias y nuestros afanes. Mi vida no tenía nada de extraordinaria pero la vida de mi compañera de viaje, me causó una impresión imperecedera.
Utilizando el metro como camino más seguro de huida y con solamente lo puesto, para no levantar sospechas, había escapado de Alemania Oriental. La familia sabia de sus planes y consciente del riesgo a lo que se podían exponer tanto ella como el resto de ellos, le alentó a que lo hiciera.
La escapada se había coronado con éxito y ahora estaba en Inglaterra, trabajando para una familia. Le pregunté si sus padres y hermanos habían sufrido alguna represalia por parte del Gobierno de la República Democrática. "Nada vital" me respondió pero su hermano no había podido encontrar trabajo.


Era una mujer alegre y divertida, llena de vitalidad y de esperanza. No hicimos muy amigas, disfrutamos mucho con las diversas aventuras que emprendimos juntas y con los diversos tipos que nos encontramos en nuestros periodos de autostop: el soldado zipizape, - la lengua inglesa resulta cómica cuando es utilizada por alguien con este defecto- que al volante de su mini se dirigía a unirse a su batallón en un punto determinado de nuestro recorrido. Nuestra llegada a la estación de tren donde se encontraba estacionada su compañía, fue acogida con hurras y silbidos de admiración; el hombre de negocios lleno de sí mismo y con aspecto de conquistador que quiso deslumbrarnos invitándonos a comer a un buen hotel en nuestra ruta hacia Edimburgo.


Visitamos la ciudad maravilladas ante sus colores y su aspecto de cuento de hadas; Princess Street abarrotada de flores, el castillo de cuento colgado de la colina que se eleva frente al monumento levantado a Walter Scott, El Castillo de Holyrood, en un extremo de la ciudad, el buen tiempo que nos acompañaba. Y la sencillez de los habitantes, lejos de la seriedad, formalismos y sofisticación del muy educado sur de Inglaterra.

Aquí terminaba nuestra empresa compartida; partíamos de la misma estación ferroviaria aunque a diferentes horas. Nuestros destinos también eran distintos. Mi tren para Londres era el primero en tomar la salida. De repente recordé que no había comprado nada para comer durante el viaje y mi amiga salió disparada en busca de unos sandwiches. Volvió justo cuando el tren estaba iniciando lentamente su salida. Bajé hasta el último escalón para recoger el paquete de comida sin poder despedirme ni darle un abrazo. Al subir precipitadamente los dos escalones que me dejaban en la plataforma del tren, me di un tremendo y doloroso golpe contra uno de los escalones. Me quedé paralizada de dolor. Creí que me había roto la pierna, el dolor era tan fuerte. Todavía se puede palpar en mi pierna izquierda una hendiura recuerdo de aquel golpe y de aquel viaje.


Mientras veía deslizarse por la ventanilla los campos Escoceses y las praderas Inglesas tuve la intuición de que había vivido algo, que nunca volvería a repetirse.
Habíamos intercambiado nuestras señas tanto en Inglaterra como en nuestros países de origen pero yo tenía el presentimiento de era algo baldío. Nos escribimos durante algún tiempo, pero poco a poco y gradualmente los acontecimientos nos fue llevando por derroteros que hicieron que nuestras vidas fueran divergiendo, hasta perderse en la distancia.

Las cosas no ocurren por casualidad, sino que tienen algún fin o intención en nuestra vida. Aún me sigo preguntando que repercusión tendrá o habrá tenido este encuentro casual con la trayectoria de mi propia vida.

lunes, 16 de mayo de 2011

EL VÉRTIGO DE LA NADA

SAN JUAN DE GAZTELUGACHE. ACUARELA DE PALOMA ROJAS




Le sobrevenía de vez en cuando y sin previo aviso. Había ocurrido desde temprana edad, cuando apenas tenía uso de razón.
Un precipicio se abría a sus pies; se perdían los puntos de referencia que daban sentido a la vida y hacían la existencia lógica, segura y comprensible. Era como estar colgada sobre el abismo, pendiente de un hilo sujeto por dedos invisibles.
Se asemejaba al vértigo que se siente en las alturas. Pero esta vez la atracción del abismo, de la nada se hacia presente; una sensación de angustia instantánea, que sacudía con energía, recurriendo a la esperanza.
Era un fugaz chispazo de vacío que llenaba su alma y se adueñaba de ella: el significado de la existencia. Un relámpago que cruzaba su alma y su cerebro. El ansía de algo más, de algo impreciso que hacía sentir la necesidad de lo infinito.
Cuando pasaba, y era un segundo, todo recobraba su razón de ser y auténtico valor y la vida seguía pareciendo brillante y prometedora, llena de aventuras inexploradas, de objetivos que llevar a cabo, de metas que alcanzar, de trabajos que realizar.

No sabía discernir si era un segundo de lucidez o un momento de locura.
Pero no alteró su modo de pensar, ni sus valores, ni la dirección de su existencia.