LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

viernes, 29 de mayo de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

ABRAZO DE MI MADRE






La primera vez que dejé mi hogar durante una temporada larga fue a los 17 años.
Me habían enviado a Irlanda a perfeccionar el inglés.
Al poco tiempo de llegar cumplí los 18 años.

Recuerdo con ternura y afecto la carta de mi madre; poco expresiva por temperamento y educación, en aquella ocasión se le escapó el corazón y en las líneas finales de su carta de felicitación me decía:

“Te doy un abrazo tan pequeño, y tan fuerte como la primera vez que te vi. después de que naciste".

jueves, 14 de mayo de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

NAVIDAD

La noche de Navidad era algo muy especial para mí. Comenzaba muy pronto, a media tarde. Mi madre nos embarcaba a mi padre y a mí al cine "Actualidades", que entonces estaba ubicado en la calle Buenos Aires. Todos los programas eran para niños y se daba lo que se llamaba entonces "sesión continua".

Una vez dentro de la sala me desprendía del abrigo, bufanda, gorro y guantes ayudada por mi padre. Nos arrellanábamos en las butacas y durante un par de horas disfrutábamos de las imagines casi siempre cómicas. Cuando llegaba el momento de salir, mi padre me ayudaba a colocarme el abrigo, la bufanda, y los guantes. La colocación del gorro era, sin embargo, una empresa ardua. Las manos de mi padre, ágiles para otras cosas, eran torpes para hacer el lazo de las cintas que lo fijaba debajo de la barbilla. Yo estiraba el cuello y movía la cabeza arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda para cooperar en la operación pero era inútil. Me apenaba la voz de mi padre, preguntándome si estaba cómoda, y para quitarle preocupaciones y no humillarle, afirmaba que estaba muy bien.

Una vez en la calle, empezaba la emoción de la noche oscura. Me agarraba de su mano y subíamos la calle comentando incansablemente sobre las secuencias de la película. Para mi padre debían ser muy aburridos mis comentarios de niña y mis preguntas incesantes pero nunca dio señales de cansancio.

Las luces se reflejaban sobre el suelo mojado, la gente iba deprisa, con los cuellos de las gabardinas subidos y las boinas caladas. De vez en cuando nos encontrábamos con algún conocido y surgía la felicitación de las fiestas.

Nuestro propio aliento nos precedía y yo lo contemplaba admirada.

La llegada a casa era un contraste acogedor: luz, color, calor, mujeres moviéndose frenéticamente del comedor a la cocina, de la cocina al comedor. La voz de mi madre, preguntando con un interés compartido con el menú, si lo habíamos pasado bien, y reclamando la ayuda de mi padre para abrir las botellas y las ostras.

Para entonces ya me había desprendido del abrigo, bufanda, guantes y gorro. Habiendo recobrado la comodidad y libertad me disponía a prestar ayuda en la cocina.

El resto de la familia iba llegando escalonadamente y comenzaba la cena, pero en mi corazón guardaba la vivencia de la tarde de cine con mi padre como algo único e inolvidable.

sábado, 9 de mayo de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

ARREPENTIMIENTO




No tenía desarrollado el hábito de pedir perdón. Me costaba mucho hacerlo.

Aún tenía menos claro el significado de arrepentimiento.

Cuando mi padre conseguía que me acercara a mi madre a pedirle perdón por lo que fuera que hubiese hecho mal y una vez que hubiera sido perdonada, mi siguiente paso consistía en preguntar a mi madre:

"¿Ahora lo puedo volver a hacer?"
Para mí perdón y permiso eran términos sinónimos.

viernes, 1 de mayo de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

BOMBARDEO





Debía ser el año 44 o 45. Como todos los días habíamos acudido al Parque a jugar.

Inesperadamente hubo un revoloteo de alarma entre las personas mayores. Se corrió la voz de que un avión alemán sobre volaba Bilbao. Algo amenazante se cernía sobre todos.
El Parque quedó vació; corrimos hacía nuestras casas, empujados por los mayores, sin saber muy bien en que consistía el peligro.

Mi hermano tenía meses. Tengo clavado en la memoria lo que pasó por mi mente en esos momentos.
Pensé que él no podía morir. En todo caso, podía ser yo, pero no él; sabía la ilusión que su nacimiento había causado a mis padres. Iba a ser demasiado doloroso para ellos.

Aún ahora me pregunto que mecanismos pueden hacer que una niña de seis años se plantee semejante problema y solución.