LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

jueves, 14 de mayo de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

NAVIDAD

La noche de Navidad era algo muy especial para mí. Comenzaba muy pronto, a media tarde. Mi madre nos embarcaba a mi padre y a mí al cine "Actualidades", que entonces estaba ubicado en la calle Buenos Aires. Todos los programas eran para niños y se daba lo que se llamaba entonces "sesión continua".

Una vez dentro de la sala me desprendía del abrigo, bufanda, gorro y guantes ayudada por mi padre. Nos arrellanábamos en las butacas y durante un par de horas disfrutábamos de las imagines casi siempre cómicas. Cuando llegaba el momento de salir, mi padre me ayudaba a colocarme el abrigo, la bufanda, y los guantes. La colocación del gorro era, sin embargo, una empresa ardua. Las manos de mi padre, ágiles para otras cosas, eran torpes para hacer el lazo de las cintas que lo fijaba debajo de la barbilla. Yo estiraba el cuello y movía la cabeza arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda para cooperar en la operación pero era inútil. Me apenaba la voz de mi padre, preguntándome si estaba cómoda, y para quitarle preocupaciones y no humillarle, afirmaba que estaba muy bien.

Una vez en la calle, empezaba la emoción de la noche oscura. Me agarraba de su mano y subíamos la calle comentando incansablemente sobre las secuencias de la película. Para mi padre debían ser muy aburridos mis comentarios de niña y mis preguntas incesantes pero nunca dio señales de cansancio.

Las luces se reflejaban sobre el suelo mojado, la gente iba deprisa, con los cuellos de las gabardinas subidos y las boinas caladas. De vez en cuando nos encontrábamos con algún conocido y surgía la felicitación de las fiestas.

Nuestro propio aliento nos precedía y yo lo contemplaba admirada.

La llegada a casa era un contraste acogedor: luz, color, calor, mujeres moviéndose frenéticamente del comedor a la cocina, de la cocina al comedor. La voz de mi madre, preguntando con un interés compartido con el menú, si lo habíamos pasado bien, y reclamando la ayuda de mi padre para abrir las botellas y las ostras.

Para entonces ya me había desprendido del abrigo, bufanda, guantes y gorro. Habiendo recobrado la comodidad y libertad me disponía a prestar ayuda en la cocina.

El resto de la familia iba llegando escalonadamente y comenzaba la cena, pero en mi corazón guardaba la vivencia de la tarde de cine con mi padre como algo único e inolvidable.

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