LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

jueves, 18 de junio de 2009

VARIACIONES

SU HISTORIA

El río corría paralelo al paseo, los arboles proporcionaban sombra y traían el ambiente del campo a la ciudad marítima.

Los mismos transeúntes todos los días. Iban a paso ligero en direcciones opuestas.
La rutina diaria era siempre la misma: el hombre joven venia del mar al interior. La mujer madura, del núcleo urbano hacia el mar.

Observaba su seriedad, su buen ver, el paso ligero y lleno de la fuerza de una persona en plenitud de facultades.

Un día cualquiera de aquel invierno, apareció una chica joven en el horizonte. El y ella se saludaron; parecían conocerse de una manera superficial. Continuaron juntos el camino hacía el interior de la ciudad. La conversación era irrelevante, rutinaria, simple intercambio de formalidades.

El invierno avanzaba, ahora no se encontraban, sino que aparecían juntos desde el principio del paseo.
La conversación era animada, tenían temas comunes, compartían ideas; sonreían, reían, no se fijaban en el resto de los transeúntes.

Llegó la primavera: la mujer madura sonrió al ver que la distancia física entre ambos era cada vez más estrecha, hasta que acabaron enlazados por la cintura ó cogidos de la mano. Sólo tenían ojos el uno para el otro. La complementariedad era evidente. La conversación fluía, la relación era juguetona, el juego eterno del coqueteo cristalizado en una relación declarada y explicitada.

Llegó el verano con su época de vacaciones y las normales huidas hacia otros horizontes.

El otoño los trajo otra vez al mismo paseo. La relación era ahora más consolidada, menos alborotada, más serena. Se esperaban al principio del paseo para arremeter el camino juntos. A veces era ella la que llegaba jadeante, otras veces era él quien se retrasaba algo. Una vez juntos se cogían de la mano y seguían su conversación interrumpida el día anterior.

Inesperadamente, hacia la mitad del otoño, la mujer madura observó que en algunas ocasiones, uno de ellos recorría el camino en solitario. Pero al día siguiente, volvían a encontrarse y entrelazar las manos y acompasar el paso. La conversación era más serie, menos fluida, las sonrisas menos frecuentes, las miradas cómplices se habían tornado inquisitivas, interrogantes.

Llegó el invierno, con su aire húmedo y sus rachas de viento gélido. Durante días consecutivos, solo apareció él en el paseo. Su paso era rápido, decidido; su mirada seria, distante. No había expectativa en su mirada ni el alegre paso despreocupado de una persona llena de planes sin contornos.

Ella no volvió a aparecer. La mujer madura tan solo la vio en algunas ocasiones sueltas en una calle paralela, dirigiéndose hacia el centro urbano por el interior de la ciudad.
Estaba seria, iba a su ocupación. Había perdido el andar ligero y juvenil. Seguía manteniendo la cabeza erguida. Pero su expresión revelaba el paso de la experiencia y desilusión. Era más madura, más precavida, menos espontánea, estaba herida.

"La misma historia de siempre" pensó la mujer.

No, no era eso. Para ellos había sido "su historia". Uno de los eslabones que conformarían su vida. Dejaría huella, crearía antecedentes, aportaría experiencia. Quizás no iba a marcar sus vida de una manera definitiva, pero añadiría un elemento más a su bagaje vital.

No hay una "Historia de siempre".
Existe "Mi historia".


2 comentarios:

  1. Veo que cada vez dedicas más tiempo a "intentar ser escritora" o las ideas te fluyen más abundantemente.Sigue así. Me gusta la simplicidad del estilo y tu capacidad de observación

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  2. Muchas gracias por tus ánimos. Esto levanta la moral.

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