LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

martes, 9 de febrero de 2010

VARIACIONES

PRODUCTORA DE SONIDO.

Definitivamente, estoy llena de manías.

Como tantas otras veces- más bien siempre- cuando me desplazo a la ciudad cercana, cojo el metro.
Mientras esperaba en la estación, inmersa en mi lectura, aprovechando los pocos ratos que puedo robar a mi ajetreada vida, había notado sin saberlo, una pequeña figura de mujer, que intentaba convertir su minifalda en una maxifalda a base de tirar de ella.

Cuando las puertas del vagón se abrieron y tuve que abandonar mi lectura para poder subirme al metro, observé que la mujer-miniatura, enfundada en unas medias gordas de lana por debajo de la minifalda, tiraba inmisericorde de ella, que no cedía a ningún empujón perentorio. Sencillamente, no había suficiente tela.

Tuve la suerte de encontrar un asiento y cuando ya me disponía a zambullirme en mi libro, observe, esta vez, claramente que la ahorradora de paño, se sentaba frente a mi.

Nada que objetar por mi parte. Tenía una cara vivaz y enérgica.

Sonó su móvil. Nada que objetar tampoco, para eso están los móviles, para que nos cojan allá donde estemos, en movimiento.

Me asombró la cantidad de sonido que podía producir aquel cuerpo tan menudo. Era un chorro de voz sin modular, agudo, penetrante, imparable. Como el resto de los viajeros, me enteré de que su interlocutor/a debía esperarle "en la puerta más abajo de aquella otra donde habían firmado el contrato de alquiler". Naturalmente, me enteré de que no tenía casa propia. Cosa que me parece muy bien. Tampoco tengo nada que objetar a esto. Cada cual tenemos lo que podemos o lo que elegimos.

El siguiente paso que efectuó mi pequeña vecina de asiento, fue meterse un chicle en la boca y comenzar a despedazarlo con las poderosas y chirriantes fuerza de la mandíbula de un león, pero eso sí, con la boca bien abierta, de par en par, cosa que un león no creo que lograra realizar de forma tan completa. El ruido era atronador. Casi no podía escuchar a mi detective preferido.

Levanté la mirada con sorpresa y me encontré con un rostro aún más asombrado: el de otro vecino de asiento; miraba atónito y sin pestañear a la productora de sonido que generaba semejante estrépito.

La paz y el silencio no llegaron hasta que me encontré en la calle, escuchando - libremente esta vez - a los coros de Santa Águeda.

He debido de ser seriamente atacada por la incontrolada manía de la armonía.

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