LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

miércoles, 18 de febrero de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

JUGUETES

No tenía hermanos pero sí imaginación.

Tenía que divertirme yo sola y lo conseguía: en el Colmado de juguete hacía de vendedora y compradora, colocándome detrás del mostrador para dar la bienvenida al cliente; cambiando de posición y situándome delante del mostrador cuando era el turno de la compradora. Cuando me cansé de él, lo traspasé y convertí en Mercería: de cocinera en la cocina de juguete pasaba a comensal. Ponía distintas voces a las muñecas para diferenciar cual de ellas hablaba. A la hora del baño, acarreaba conmigo a la bañera la ropa de las muñecas, la fregaba con fruición para hacer más llevadera esta operación diaria. La consecuencia era que todo iba encogiendo de tal forma que la hacían inservible.

Pero lo que me lleno de desconsuelo fue la perdida de los platos de una vajilla de madera diminuta que amaba apasionadamente. Habían interrumpido mi juego con ella para sacarme a la calle. Obedecí con reticencia, pero en contrapartida insistí en llevar bien apretados en el puño algunos de los platos. Quería tener conmigo lo que tanto quería; no podía separarme de ello como quien no puede separarse de una amiga de la niñez o de un novio en la adolescencia.

Cuando regresé a casa, después del paseo y de ver escaparates, comprobé con gran sobresalto que mi mano estaba vacía: los platitos habían desaparecido. Lloré desconsoladamente, como sólo se puede llorar cuando se es niño, sin inhibiciones, sin disimulos, con hipidos, con desesperación.
Mi madre intentaba consolarme, asegurando que se podían comprar otros iguales, pero yo insistía que no quería otros, quería aquellos. Eran los que yo amaba.

He podido comprobar que a lo largo de la vida surgen situaciones semejantes: no valen las sustituciones, se quiere lo que se poseía, lo que era el objeto de amor. Nada semejante nos consuela, tan sólo es válido el original.

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