¡Inigualable Mikela! Lo curioso es que en la familia no la supimos apreciar lo suficiente, pero todos nos acordamos de ella. La recuerdo siempre mayor. Ahora me doy cuenta de que no lo era. Pero su manera de ser, de comportarse, era más propia de una mujer entrada en la ancianidad, que una persona de mediana edad.
Cuando mis padres se casaron, Mikela, ya estaba trabajando en casa de mi padre. Le sentó muy mal esa boda porque hasta entonces ella gobernaba la casa, sin tener a nadie que la controlara o supervisara.
Mi madre era una persona habituada, desde muy joven a organizar su propio hogar. Cuando mi abuela murió, era aun una niña y una vez que su hermana mayor se casó, se hizo cargo de las riendas de la casa. .
Así que Mikela declaró que "de fuera vendrá, quién de casa de echará", como espetó a mi madre en una ocasión. Y desde entonces la guerra sorda entre ellas era bastante evidente. Sin embargo, adoraba a mi padre, a quién seguía llamando "señorito" como en sus tiempos de soltero.
Hay características de Mikela que son imborrables; su modo de andar, balanceándose hacía los dados como si de un viejo marinero en tierra se tratara; la frase repetida hasta la saciedad de "se cansa la persona" para subrayar que estaba trabajando por encima de sus posibilidades y fuerzas, hecho nada evidente- frase que se convertimos en una disculpa y un motivo de regocijo para todos nosotros, los jóvenes-; su modo de dar las diarias cuentas de la plaza a mi madre, en las que la palabra arbejillas aparecía con frecuencia y obligaba a conocer algo de euskera para saber que se trataba de guisantes; su castellano mal hablado que nunca llegó a corregir y que le daba un modo de expresarse tan peculiar; los desayunos de chocolate y nata - sacada de la leche hervida -que nos preparaba cada mañana; los besos mojados que nos plantaba cada día; los lloros por las marchas del hogar cuando fuimos haciéndonos mayores e independientes.
Hay características de Mikela que son imborrables; su modo de andar, balanceándose hacía los dados como si de un viejo marinero en tierra se tratara; la frase repetida hasta la saciedad de "se cansa la persona" para subrayar que estaba trabajando por encima de sus posibilidades y fuerzas, hecho nada evidente- frase que se convertimos en una disculpa y un motivo de regocijo para todos nosotros, los jóvenes-; su modo de dar las diarias cuentas de la plaza a mi madre, en las que la palabra arbejillas aparecía con frecuencia y obligaba a conocer algo de euskera para saber que se trataba de guisantes; su castellano mal hablado que nunca llegó a corregir y que le daba un modo de expresarse tan peculiar; los desayunos de chocolate y nata - sacada de la leche hervida -que nos preparaba cada mañana; los besos mojados que nos plantaba cada día; los lloros por las marchas del hogar cuando fuimos haciéndonos mayores e independientes.
Mi gran entretenimiento y su gran diversión eran imitarla en su habla, copiando su acento vasco y su mala gramática castellana, tan propios de los vascoparlantes de aquella época.
La Navidad me trae recuerdos imperecederos. : Los caseros nos traían capones como parte de su renta anual. Bajo los cuidados de Mikela estos continuaban engordando y su presencia en la cocina era notoria: ocupaban un espacio pequeño bajo el fregadero. Unos días antes de la noche del 24, Mikela se hacia dueña absoluta de la cocina, se enfundaba en un delantal blanco, ponía un balde a sus pies, cogía un gran cuchillo y apoderándose del capón, le doblaba el cuello sobre sí mismo con la mano izquierda, de manera que el bicho quedaba amordazado. Con la derecha le proporcionaba un corte en el cuello, que sorprendía al bicho de forma tan radical que aunque continuaba moviéndose y agitándose por unos minutos, poco a poco las fuerzas le abandonaban y el balde se llenaba de sangre. Un adiós a la vida que yo contemplaba sin pestañear, como uno rito pagano, entre hechizada y asqueada, sentada frente a Mikela, en una sillita pequeña que no levantaba media metro del suelo
Pasada esta cruenta etapa llegaba el desplume. Una nube de plumas volaba por la cocina y te hacia estornudar mientras que lentamente caían dentro del mismo balde. Después de esta operación, el gordo y blanco cuerpo del bicho aparecía por primera vez a la luz en toda su espléndida redondez.
A esto le seguía la operación de quemar los espolones pasando al capón por las llamas del fogón. El olor era característico y cada año mi nariz se arrugaba en señal de repugnancia, pero nada me movía del lugar.
A esto le seguía la operación de quemar los espolones pasando al capón por las llamas del fogón. El olor era característico y cada año mi nariz se arrugaba en señal de repugnancia, pero nada me movía del lugar.
Por cierto, esta silla también fue protagonista de mis burlonas parodias sobre la manera en que Mikela se ataviaba cada día para asistir a lo que ella definía como "la funsión", que no se trataba de otra cosa que la Bendición y rezo del diario rosario en la iglesia más próxima a nuestra casa.
De vez en cuando me presentaba en la cocina con una mantilla gorda y negra, unas gafas oscuras, a las que faltaba uno de los cristales, un rosario inmenso en las manos acompañado de un devocionario, y la famosa sillita que arrastraba desde mi cuarto de juegos. Me arrodillaba devotamente en la silla y comenzaba a recitar las letanías en un macarrónico latín. Debía de tener cierta gracia porque Mikela, que no gozaba de gran sentido del humor precisamente, se reía mientras me llama Biotza.
De vez en cuando me presentaba en la cocina con una mantilla gorda y negra, unas gafas oscuras, a las que faltaba uno de los cristales, un rosario inmenso en las manos acompañado de un devocionario, y la famosa sillita que arrastraba desde mi cuarto de juegos. Me arrodillaba devotamente en la silla y comenzaba a recitar las letanías en un macarrónico latín. Debía de tener cierta gracia porque Mikela, que no gozaba de gran sentido del humor precisamente, se reía mientras me llama Biotza.
Lo mejor de Mikela era la merluza frita. En ningún otro lugar he saboreado una merluza más exquisita. Todos coincidimos en eso. Ni Arzak, ni Subijana, ni Martín Berasategui, ni Aduriz; Nadie sabe prepararla igual.
Tenía la cualidad de resaltar lo obvio. Cuándo abría la puerta de la casa, indefectiblemente preguntaba a forma de bienvenida "Lastantxu¿ya estás aquí?" .Volvíamos sobre nuestros pasos y mirando por el hueco del ascensor, contestábamos con perfecta seriedad "No, estoy subiendo las escaleras", lo que le sumía en profunda perplejidad.
Se jubiló durante una de mis estancias en el extranjero y no la volví a ver. Me enteré tarde de su muerte en Lequeitio, un precioso pueblo de la costa, de donde era originaria y donde vivió con su familia hasta el fin de sus días. En total dos tercios de su vida habián transcurrido con mi familia. Es parte de ella, aunque no tuviera el don de ganarse la simpatía de la gente, por su carácter protestón y tendencia a la queja, Pero era una mujer leal y buena. Y nos quería con locura. A todos menos a mi madre, aunque al final de sus días juntas, llegaran a acostumbrarse a vivir con lo que cada una consideraba el peso de la otra y a quererse.
Querida amiga ¿Qué distinta era la vida antes? Cuando alguien así se tenia en casa, formaba parte de nosotros mismos, también es verdad que se creían algo dueñas y señoras, pero al mismo tiempo su figura a veces ponía orden y concierto, sobre todo en los más pequeños, eran leales y fieles, cosa algo difícil en la actualidad donde todos queremos ser más que otros, sin miramientos, sin respeto, donde el tuteo es desde el primer momento y a cualquier edad, sin importarles que la persona que tienen delante es mayor. Querida amiga, benditas las Mikelas aquellas, eran la sombra que vagaba por la casa con las "llaves en la mano" ¡Hoy no existen! Veo que ya estás aquí, te hecho en falta, en la lejanía y en lo virtual también existe el alzo de unión, la amistad.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Se me olvidaba, preciosa acuarela, la saludas en mi nombre. Me gusta mucho su limpieza.
Yo también echaba de menos tus entradas. Me imagino que has estado muy ocupada pintando y escribiendo. Yo soy tan lenta produciendo trabajo que pasan muchos días entre un post y otro.
ResponderEliminarEs cierto, la amistad no siempre tiene que ver con la cercanía, sino con la capacidad de comunicarse.
Muchos recuerdos a tu marido.
Un abrazo fuerte
He leido esta semblanza de la buena Mikela con verdadero placer. Al tiempo que la leía iba encontrando semejanzas con el recuerdo de nuestra cocinera, que era mujer excelente aunque de fuerte carácter, con unas dotes para algunos platos en especial que eran para descubrirse y hacerle reverencias. Ella se sentía una segunda madre y nos reñía mucho más que jamás lo hizo nuestra madre. Su especialidad en platos eran las patatas fritas (por fin averigüé el año pasado el truco en un restaurante manchego, la paellas, claro, que la bordaba, y los calamares rellenos, pero igual hacía pollo al chocolate que michirones o merluza... Había aprendido su arte en La Mancha, por lo cual tendía a especiar de más los platos, según mi madre.
ResponderEliminarCantaba unos romances tradicionales preciosos y era una narradora de cuentos que me encantaba.
También se retiró, después de casada yo, y murió en su casa de Alcantarilla. Sí pude ir al entierro. Por cierto, a mi boda no quiso asistir porque me empeñé en entrar a la cocina , que era su reino, para aprender a poner una comuida al menos, y ella puso el grito en el cielo: ¿Cuándo se ha visto una señorita de esta cas en la cocina? ¡Si el señorito levantara la cabeza!", porque ella siempre llamó "señorito" a mi padre, como Mikela al tuyo. En varioas novelas mías aparece algún personaje que está inspirado en ella.
Un besico
Veo que tenemos muchas en común. Es este mundo de la niñez, al que tu referías en tu ultimo post, el que deja huella y ha colaborado a hacer de cada una lo que somos. Tuvimos la suerte de tener unos padres estupendos que nos dieron seguridad y paz y eso es impagable.
ResponderEliminarAhora estoy leyendo varias cosas que tengo que leer para las clases de inglés que recibo y para las charlas de Literatura a las que asisto, pero en cuanto termine con estas obligaciones me tengo que hacer con alguna de tus novelas.
Un abrazo fuerte.