Triunfadora, eso es lo que había sido.
Hermana de muchos hermanos. Alegre, simpática, divertida, optimista. Amable con todo el mundo. Dispuesta para la vida. Lista, rápida, con iniciativa. Lo que en sus tiempos se hubiera denominado una mujer de mucho éxito. Nunca le faltaban invitaciones a cenas, bailes, comidas, teatro, cine, ballet, conciertos, con sus amigos. Reía con todos y disfrutaba de la vida. Era animada, ocurrente, natural, genuina.
Pero no se comprometía con nadie. Los cadáveres de sus pretendientes quedaron arrumbados en las cunetas, más o menos maltrechos. Eventualmente se repusieron y ante la evidencia de que nunca llegarían a conquistarla, cada uno se casó, tuvo hijos y en algún caso, enviudó, prematuramente.
Ella se enamoró irremediablemente de un hombre guapo, atractivo, callado, tímido; mirada interrogativa, silencios que apuntaban a profundidad de pensamiento y carácter.
Decidieron casarse. Un matrimonio en plenitud de juventud, belleza y atractivo. No tuvieron hijos, nunca llegaron. Pero ella no se dejó desanimar y continuo haciendo la vida divertida y variada para su gran amor. Compensaba con su buen ánimo, la ausencia de los hijos, la seriedad y parquedad de palabra de su marido.
Los años se fueron desgranando y los descubrimientos se fueron realizando. Los silencios, presagios pretéritos de profundidad de carácter y capacidad de observación, aparecieron en su verdadera dimensión: vacuidad de contenido, inexistencia de ideas.
Un trabajo profesional anodino y sin perspectivas, en parte debido a su debilidad de carácter, creó en él un estado de decaimiento permanente. Siguió siendo guapo pero el aburrimiento y la rutina le condujeron a buscar el ofuscamiento en el alcohol, hasta que el alcohol se convirtió en su gran consuelo, su fiel compañero diario.
Ella lo llevó bien al principio, buscaba animarlo y darle apoyo, supliendo con propia iniciativa la que a él le faltaba, pero no funcionó. La vida en común llegó a ser fastidiosa, irritante vulgar. La distancia entre ambos fue cada vez más evidente. Él pasaba mucho tiempo en los bares y ella se refugiaba en sus amigas, en su familia.
Él estaba tristemente amargado porque era consciente, de la desilusión de su mujer, de su propia incapacidad para estar a la altura de las circunstancias y superar su apatía, su personal fracaso como hombre, de su incapacidad para dar porque simplemente no tenía.
Una enfermedad fulminante acabo con este estado de cosas. Murió cuando todavía era un hombre relativamente joven.
Ella comenzó a trabajar para sobrevivir. Puso todas sus energías en juego y saco adelante el negocio. Pero un rastro de amargura contenida contaminaba su conversación, sus relaciones sociales. No podía sacudirse la realidad de un matrimonio fracasado, la incomunicabilidad insuperable, los días y las noches de convivencia con un ser, que era bueno, pero débil, e incapaz de aportar lo que ella hubiera necesitado, por la sencilla razón de que no lo poseía
La vida transcurrió plana y sin ilusión
Inesperadamente ocurrió un encuentro fortuito. Ni tan siquiera recordaba como o cuando tuvo lugar. Se habían vuelto a encontrar, ¿En un autobús?, ¿Tomando unas copas con amigos?¿ En algún concierto?, No podía precisarlo. Los dos estaban viudos. Una enfermedad mortal les había arrebatado sus parejas. Hablaron de sus años de juventud, de los coqueteos inocentes, del rechazo de ella, de la mujer de él, de lo guapa y encantadora que era, de la lucha para sacar adelante los hijos, ahora ya casados.
Sin poder precisar como, quedaron en verse otro día, para volver a recordar los viejos tiempos, pasar un rato agradable en compañía agradable. Se rieron juntos, rememoraron juntos. Juntos se comunicaron la experiencia de sus matrimonios; los hijos, la falta de ellos. Lentamente las verdades iban emergiendo y tomando forma, conduciendo al conocimiento de la mutua realidad. El matrimonio de él había sido feliz, su mujer había sido una esposa excelente. Los hijos, como en tantos otros casos, habían planteado problemas que resolvieron juntos.
Pero, dijo riendo, en el fondo de todo y sin que saliera nunca a la superficie, estabas tú. Como un sueño de juventud, del que uno es muy consciente de ser tan solo una entelequia imposible: ese primer amor desinteresado que conservamos en el casi olvidado recuerdo como un sueño, que ya hemos desechado ante la realidad tangible que nos rodea.
Ella observó en él, lo que nunca antes había tenido en cuenta: su fortaleza, su carácter equilibrado, la sensibilidad y delicadeza que se desprendía de sus palabras, de sus gestos, la mirada inteligente, la paciencia, la capacidad de iniciativa.
Se quedó mirándole con una sonrisa vagándole por el rostro. Lo vio con nuevos ojos, con los ojos de la madurez, de la experiencia, del sufrimiento callado.
No querían pensarlo: los dos estaban en la franja de los setenta, ella en el extremo izquierdo, recién estrenado, él en el extremo derecho, precipitándose hacía los ochenta.
Es ridículo, considero ella. Una no puede enamorarse a los setenta. Es imposible, pensó él. Si no me quiso a los veinticinco, no puede quererme ahora, cuando estoy a punto de despedirme de la vida.
Los hijos reaccionaron de manera pragmática: que necesidad hay de comprometerte en un nuevo matrimonio, después de tantos años de viudez; sal con ella, haz viajes si quieres, pero no te ates, es difícil acomodarse a una nueva persona a tu edad; no suele resultar,
Él se indignó; para él no era una mujer de usar y tirar, ocasional, no quería esconderse detrás de una relación cobarde y sin riesgos. La quería de verdad. No se trataba de pensar en lo que iba a recibir, sino en pensar en que quería compartir con ella los años que le quedaran de vida. No entendía de mediocres y burdos entendimientos vergonzosos y mezquinos sino de amor sin condiciones.
No resultó ni ridículo ni imposible. Se casaron publica aunque discretamente: comparten, comunican, ríen, disfrutan, Son felices. Con la plena felicidad serena que no habían podido gozar cuando eran jóvenes, guapos y llenos de energías.
Fui tonta entonces, piensa ella. Menos mal que me he espabilado a tiempo, aunque fuera tarde, piensa él.