LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

viernes, 13 de noviembre de 2009

LO QUE NO SE OLVIDA

MONTAR EN CÓLERA

A mi padre le gustaba leer "El Quijote" en voz alta tumbado en el suelo. Yo me situaba a su lado en paralelo. Colocaba mi cabeza a la altura de la suya (mis pies llegaban hasta su cintura)y con la barbilla apoyada en las manos le escuchaba y observaba de reojo.

No entendía nada de lo que leía pero contemplaba hechizada su cara que se encogía y arrugaba por la risa imparable que le producía la lectura. Hasta tal punto que le imposibilitaba leer con continuidad.

Don Quijote era ocasión de hilaridad para mi padre, pero con el que verdaderamente se divertía era con Sancho; su contundente sentido común le proporcionaba tal regocijo que tenía que interrumpir la lectura para reponerse de las continuas carcajadas, secarse las lágrimas y poder seguir con las frases que habían quedado sin terminar, ahogadas por sus incontenible accesos de risa.

También yo me reía pero mi risa era forzada y aguda, llena de grititos sin sentido. Reía por pura imitación. Como hacen los niños. Porque me gustaba estar con mi padre y compartir mi pequeña vida con él.

En mi mente infantil aparecía la espingardada figura del viejo caballero montado erecto sobre su caballo Rocinante. No entendía nada de lo que decía. Las frases grandilocuentes del viejo caballero me sumían en la perplejidad.

La figura chaparra de Sancho llena de frases de humanidad y sentido común me divertían mucho más que la del viejo caballero. Al primero le captaba con cierta facilidad, pero la jerga del segundo me resultaba ininteligible.

Sin embargo hubo un par de acciones que se me quedaron fijas en el cerebro: Montar en Rocinante y Montar en cólera. No distinguía mucho entre el sentido de una y otra. De hecho me parecían sinónimos.

Y en una ocasión cuando mi padre leía una escena en la Don Quijote montaba sobre su caballo Rocinante, yo me encaramé repentinamente sobre mi padre y agarrándole por los tirantes a modo de riendas, y apretando mis regordetas piernas sobre sus costillas para impulsarle al trote, grité a pleno pulmón "monto en cólera" mientras con la mano derecha agitaba un látigo imaginario y le animaba a emprender el galope con un animante "¡¡¡arre, arre, arre!!!"

Mi padre se agitó en convulsiones de risa, mi estabilidad sobre su espalda resultó bastante precaria, me agarré a su cuello y caí desparramada en el suelo.

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