LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

martes, 14 de mayo de 2013


LAS CARTAS QUE NUNCA EXISTIERON

Primera parte
Conferencia en la noche. Hopper


Todo había acabado. Alfredo descansaba  ya en el panteón de la familia junto a las dos mujeres de su vida: Rosario, la madre de Luis y Pedro y Mercedes la madre de Ana. Poco a poco, entre abrazos sinceros y pésames rutinarios,  se disolvió el numeroso grupo de amigos y parientes que les habían acompañado en el entierro. Alfredo siempre se había hecho querer.
Luis y Pedro junto con sus familias se dirigieron a sus respectivos coches. Un par de sobrinos quisieron  acompañar a  Ana, en el suyo. Pusieron rumbo a la casa paterna. Ana había insistido en que comieran todos juntos, antes de que  las familias de Luis y Pedro regresaran a sus hogares. Los tres hermanos habían acordado  quedarse juntos un par de días  para acometer  cuanto antes los trámites legales  que siguen a una muerte.
Reinaba un ambiente sereno, ese que suele existir ante muertes esperadas. Una  corriente de cordialidad y cariño  impregnaba el ambiente. La comida transcurría entre recuerdos de los abuelos  y anécdotas de su niñez en un empeño tácito de empeñarse por soldar la cadena, rota por el eslabón perdido tras la muerte del abuelo.   
Acordaron que después de tomar el café con tranquilidad y descansar un poco, los mayores recorrieran la casa, indicando aquellos muebles u objetos  que mejor se avenían a las necesidades de sus propios hogares. Cuando la firma tasadora organizara  los distintos lotes, podría tener en cuenta las preferencias y evitar así  engorrosos  cambios posteriores.  Los dos hombres señalaron inmediatamente un par de objetos que tenían relación directa con su padre  y delegaron en sus mujeres el resto. Una  de las cuñadas eligió una  vajilla de Limoges, y  la otra un juego de té de porcelana  Wedgewood.  Ana apuntó su preferencia por muebles que su madre había aportado a la casa cuando se casó con Alberto. El resto lo dejaron  en manos de los tasadores.
Todo parecía ya  acordado, cuando  Ana tuvo una súbita idea:
--Es posible que a los nietos les guste tener algo de su abuelo. Algo que les sirva de recuerdo para toda su vida. Tenían una relación muy especial con él.
Los dos hermanos se sintieron secretamente  orgullosos cuando comprobaron que  los recuerdos fueron elegidos  en clave  afectiva: aquellas  cosas que les hablaban de su abuelo: la vieja  pipa junto a la sempiterna bolsa de tabaco , el libro de poemas de  su autor preferido, el  título de  Arquitecto Naval, de la universidad de Durham, sencillamente enmarcado, la foto de boda con la abuela Rosario, la colección de Salgari, la lupa que Alfredo  utilizaba en los últimos años, unos de pañuelos de nariz con las iniciales:AM. Estaban afectados por la muerte de su abuelo. Eran aún muy niños cuando Mercedes murió y no se habían hecho cargo de lo que la muerte supone. Ahora eran conscientes del significado de permanente ausencia. No volverían a oír la voz del abuelo, ni oírle  contar las anécdotas de su vida como estudiante en Inglaterra. Ni su risa contagiosa y cordial. Ni sus gestos característicos que tanto les divertían e intentaban imitar: la ceja levantada como signo de interrogación, aquel mirarles por encima de las gafas.
--Creo que ya es hora de irnos, sugirió la mujer de Pedro. Habrá  mucho tráfico y tenemos un buen trecho que recorrer. Llegaremos para la cena. Vosotros tres estáis cansados. Han  sido días muy duros.
Ana se despidió de las dos cuñadas  y sus hijos con un fuerte abrazo. Los  dos hermanos acompañaron a sus familias hasta los coches, mientras Ana terminaba de preparar la cena. Había elegido  los platos preferidos de Luis y Pedro. Contempló por un momento la  mesa preparada siguiendo la tradición familiar: sencillez y pequeños detalles, que tanto le habían gustado a Alfredo. El mantel impecablemente  planchado, combinando con la vajilla. Las servilletas dobladas de modo que se vieran las iniciales. Los cubiertos  ordenados a los lados de los platos. El ritual acostumbrado.
Pedro fue el primero en captar la recreación del antiguo ambiente familiar:
--No te has olvidado de nada, veo que hasta has sacado los antiguos servilleteros de la infancia. Ya ni me acordaba de sus existencia: aquí están mis iniciales: PM.
--El mío LM sigue abollado, como el día que te lo estampé en  la cabeza porque me habías dado un patada por debajo de la mesa. Papá se enfadó de verdad, no soportaba las malas formas.
--Tenéis que reconocer que erais un poco salvajes. Cuando mamá y yo vinimos a vivir aquí después de su  boda, yo os contemplaba con terror. Corríais por los pasillos como si fuerais miuras  y yo tenía que pegarme a la pared para no  morir aplastada.
--Pronto aprendiste a torearnos, porque al cabo de un par de años, hasta te abríamos la puerta para que pasaras tu primero.
      --Sí, Luis pero  después de cada  detalle versallesco, venía una petición.
      --¿Cómo qué? 
      --Pedirme la moto y luego, más adelante, el coche para salir por la noche, por ejemplo.
   --Lo mejor eran las reacciones de papá ante las peticiones de salidas nocturnas”me lo pensaré” decía muy serio, mirando por encima del periódico. En realidad, quería decir: “se lo preguntaré a Mercedes”. Pedro se rió recordándolo
     --Ahora lo veo con otros ojos claro, pero no se me olvida como le juzgaba de ridículo, cuando veía lo enamorado que estaba de Mercedes. No podía soportar ver que fueran de la mano, o les cazara besándose o mirándose embelesados. Con mis quince años, me parecía cómico, inadecuado.
     --Tenía  la misma edad que tú tienes ahora, Luis, más o menos.
     --¿Me verán así de ridículo mis hijos?
     -- No creo, eres bastante menos cariñoso que tu padre. Ana le miró irónica- te ocultas detrás de la máscara de la seriedad.
      Se callaron los tres, absorbidos por sus propios recuerdos. El silencio fue roto por Ana:
     -- Es duro hacerse a la idea ¿verdad? Me refiero a la idea de su ausencia, de la ausencia de ambos. Recuerdo que cuando murió mi madre, me sorprendió que vuestro padre, a la vuelta del funeral, no se sentara en su sillón habitual sino que lo hizo en el que normalmente se sentaba mi madre. Y desde entonces siempre lo hizo así. No sé por qué, juzgué  este hecho como una falta de sensibilidad. Después de algún tiempo tuve el valor de preguntárselo y su respuesta me emocionó: “porque así no veo su asiento vacío”.
     --Mañana nos espera un día intenso.  Por cierto Pedro, hay que llamar al notario, para acabar cuanto antes con todos los fastidiosos trámites que siempre duran más de lo que se espera. Es algo tarde pero no creo que le importe, es muy amigo de papá.
Pedro se dirigió al cuarto de estar para hacer la llamada. A los pocos minutos estaba de vuelta. Confirmó que les recibiría al día siguiente a última hora de la mañana, una vez que hubiera terminado con sus anteriores citas.
--Es bueno tener amigos notarios, afirmó Luis. Facilitan los trámites. Ya sabes, conocen los entresijos de la burocracia. Me alegró que nos reciba a última hora, así tendremos tiempo de echar una mirada a los papeles de papá por si hay algo que le pudiera interesar al notario. Luis siempre cogía el mando.
A la mañana siguiente, después del desayuno, mientras Ana se ocupaba de las cosas de la casa, los dos hermanos, revisaron los papeles del buró de su padre. No encontraron nada relevante,  Se acordaron de la caja fuerte empotrada en la pared. Recordaban la clave con claridad. Su padre se la había dado hacía ya tiempo. Al abrirla vieron, entre otras cosas,  las joyas de su madre y de Mercedes. 
--Ana, ven un momento por favor. Luis levantó la voz para que le pudiera oír. Es sobre las joyas de tu madre.
Se oyó un ruido de platos rotos.
--¿Algún accidente?  Preguntó Luis.
--Se me ha resbalado una bandeja con varias tazas. Son fáciles de reponer. La voz de Ana parecía algo alterada. Dejarlas ahí de momento. Ya habrá tiempo de sacarlas. ¿Habéis encontrado algo que os interese?, pregunto desde la cocina.
Pero los dos hombres no prestaron demasiada atención. Se habían topado con los álbumes de viejas fotografías colocados en la biblioteca del salón. Ana había terminado con los preparativos de la comida y se unió a ellos.
--Tú y yo, Pedro,  nos parecíamos mucho a mamá. La reconozco siempre en todas las fotografías, pero si me preguntas como era no sabría describir sus facciones.
--Sin embargo Ana ha sacado poco parecido  a su madre.
-- No habéis sacado ningún parecido a vuestro padre, terció Ana, irónica. Una lástima, porque era bien guapo.
--Tampoco el tuyo debía ser muy feo, porque es cierto que te pareces a tu madre, pero eres más guapa que ella.
--Mira esta foto de papá y mamá el día de su boda. Rieron los dos hermanos viendo a su padre, con la  ceja levantada como un signo de interrogación.
--Aquí hay otra de la boda de nuestro padre y tu madre, Ana. La verdad es que estaba estupenda a sus 42 años. Pedro se volvió hacia ella con cariño. Tiene que ser duró no haber conocido a tu padre.
-- Sí, lo fue. Pasar años sin padre es duro, pero cuando mamá se casó con vuestro padre, es como si Dios me hubiera compensado por los años de orfandad.
--Cuando murió mamá nosotros éramos demasiado pequeños para darnos cuenta de lo que estaba pasando. Yo  recordaba a mamá, y la echaba de menos,-  dijo Luis,- cinco  años son muy pocos años, pero cuando papá nos dijo, que se casaba con tu madre  me gustó la idea de tener una hermana de 24. Desde mis quince años me parecías muy mayor.
El resto de la mañana pasó rápida, entre recuerdos y lágrimas disimuladas. Una llamada desde la notaría les anunció que podían acercarse en media hora. Los dos hermanos se despidieron.
--Volveremos en cuanto terminemos, así te contamos lo que nos diga el notario,dijeron

6 comentarios:

  1. Vuelvo para la segunda parte. Me gusta como escribes, aunque creo que ya lo sabes.
    Te dejo un fuerte abrazo,y me llevo tu enlace, para verte y no desviarme de camino. :-))

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    1. Gracias por tu comentario. Al releerlo creo que no me gusta lo que he escrito. Pero ahí queda.
      Un abrazo fuerte.

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  2. Una historia que se pone interesante. Ahora voy a leer la segunda parte.

    Muy bien escrito Begoña, te felicito.

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  3. Muchas gracias. Viniendo de una autora ya reconocida la aprecio doblemente. Ya veo que te has animado a asistir a un Taller de Escritura Creativa. Ayuda¿verdad?.
    Un abrazo muy fuerte. Espero que la segunda parte de guste más. A mi me gusta más.

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  4. Me encanta. Me encanta la descripción de los detalles, está lleno de sensibilidad. Sigo la segunda parte, siempre me intrigas...

    Un beso.

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  5. Te agradezco mucho tu comentario. Me anima. Que tal estas pasando el verano?, Aquí tenemos una ola de calor y como no estamos acostumbrados, nos deja algo aplatanados.
    Un abrazo fuerte

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