LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

viernes, 11 de diciembre de 2009

VARIACIONES

DOLOR MÁS ALLA DE LAS LÁGRIMAS.

Le había dejado sentado en su butaca acostumbrada: bien aseado, bien afeitado, con aspecto descansado y tranquilo. Como siempre, delante de él el periódico que ya nunca podría leer - la enfermedad había destruido su capacidad de comprensión - pero que formaba parte de su entorno habitual, lo que conocía, lo que le daba puntos de referencia y hacía sentir que estaba en un ambiente seguro y familiar.

Ella se afanaba atendiendo a las demandas de la atención de la casa y los distintos asuntos a solucionar. Cada vez que en su trajinar pasaba por el cuarto de estar, miraba hacia él y sonreía, como si su sonrisa pudiera caldearle el corazón. Algún pequeño comentario brotaba espontaneo, en su empeño por mantener la ilusión de que, de algún modo, aún participaba de los intereses comunes.

Una llamada telefónica que le retuvo alejada de él más tiempo de lo ordinario. Volvió a pasar delante de la puerta abierta: la butaca estaba vacía. Lo vio caído en el suelo, de costado. Inmóvil, paciente, silencioso, desconcertado, sin quejarse.

Corrió hacía él. Sintió un dolor agudo, sin palabras.

La expresión de sus ojos le taladró el corazón. Era la mirada de un ser desvalido, e indefenso, sin recursos, vencido, que, como un niño pequeño, no sabe reflejar lo que le ocurre, pide ayuda sin palabras, refleja desamparo.

No dio paso a que su dolor pudiera convertirse en consciente porque no hubiera podido podía soportarlo. Se puso en acción inmediatamente. Intentó levantarlo pero no tenía fuerzas. Pidió ayuda. Le sentaron en la butaca otra vez: No parecía que nada se hubiera roto. No se quejaba, era como si fuera insensible al dolor.
Por la noche al meterlo en la cama, apareció un gran moratón en su brazo izquierdo, sobre el que había caído. No había salido ningún sonido de queja de sus labios entonces pero ahora hizo un gesto de dolor.

El recuerdo de su mirada vacía y desamparada quedo impresa en su memoria, mirada de niño, que no sabe, ni entiende, ni espera comprender qué le ha pasado.

Le hubiera gustado llorar pero no podía.
Había aprendido hacía tiempo que hay penas que están más allá de las lagrimas. Son demasiado profundas para poder expresarse.

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