Conferencia en la noche. Hopper
Todo había acabado. Alfredo descansaba ya en el panteón de la familia junto a las
dos mujeres de su vida: Rosario, la madre de Luis y Pedro y Mercedes la madre
de Ana. Poco a poco, entre abrazos sinceros y pésames rutinarios, se disolvió el numeroso grupo de amigos y
parientes que les habían acompañado en el entierro. Alfredo siempre se había
hecho querer.
Luis y Pedro junto con sus familias se dirigieron a sus respectivos coches. Un par de sobrinos quisieron acompañar a Ana, en el suyo. Pusieron rumbo a la casa
paterna. Ana había insistido en que comieran todos juntos, antes de que las familias de Luis y Pedro regresaran a sus
hogares. Los tres hermanos habían acordado quedarse juntos un par de días para acometer
cuanto antes los trámites legales
que siguen a una muerte.
Reinaba un ambiente sereno, ese que suele
existir ante muertes esperadas. Una
corriente de cordialidad y cariño impregnaba el ambiente. La
comida transcurría entre recuerdos de los abuelos y anécdotas de su niñez en un empeño tácito
de empeñarse por soldar la cadena, rota por el eslabón perdido tras la muerte
del abuelo.
Acordaron que después de tomar el café con
tranquilidad y descansar un poco, los mayores recorrieran la
casa, indicando aquellos muebles u objetos
que mejor se avenían a las necesidades de sus propios hogares. Cuando la
firma tasadora organizara los distintos
lotes, podría tener en cuenta las preferencias y evitar así engorrosos
cambios posteriores. Los dos
hombres señalaron inmediatamente un par de objetos que tenían relación directa
con su padre y delegaron en sus mujeres
el resto. Una de las cuñadas eligió
una vajilla de Limoges, y la otra un juego de té de porcelana Wedgewood.
Ana apuntó su preferencia por muebles que su madre había aportado a la
casa cuando se casó con Alberto. El resto lo dejaron en manos de los tasadores.
Todo
parecía ya acordado, cuando Ana tuvo
una súbita idea:
--Es
posible que a los nietos les guste tener algo de su abuelo. Algo que les sirva
de recuerdo para toda su vida. Tenían una relación muy especial con él.
Los dos hermanos se sintieron secretamente orgullosos cuando comprobaron que los recuerdos fueron elegidos en clave
afectiva: aquellas cosas que les
hablaban de su abuelo: la vieja pipa
junto a la sempiterna bolsa de tabaco , el libro de poemas de su autor preferido, el título de
Arquitecto Naval, de la universidad de Durham, sencillamente enmarcado,
la foto de boda con la abuela Rosario, la colección de Salgari, la lupa que Alfredo
utilizaba en los últimos años, unos de
pañuelos de nariz con las iniciales:AM. Estaban afectados por la muerte de su
abuelo. Eran aún muy niños cuando Mercedes murió y no se habían hecho cargo de
lo que la muerte supone. Ahora eran conscientes del significado de permanente
ausencia. No volverían a oír la voz del abuelo, ni oírle contar las anécdotas de su vida como estudiante
en Inglaterra. Ni su risa contagiosa y cordial. Ni sus gestos característicos
que tanto les divertían e intentaban imitar: la ceja levantada como signo de
interrogación, aquel mirarles por encima de las gafas.
--Creo
que ya es hora de irnos, sugirió la mujer de Pedro. Habrá mucho tráfico y tenemos un buen trecho que
recorrer. Llegaremos para la cena. Vosotros tres estáis cansados. Han sido días muy duros.
Ana se despidió de las dos cuñadas y sus hijos con un fuerte abrazo. Los dos hermanos acompañaron a sus familias hasta
los coches, mientras Ana terminaba de preparar la cena. Había elegido los platos preferidos de Luis y Pedro. Contempló
por un momento la mesa preparada
siguiendo la tradición familiar: sencillez y pequeños detalles, que tanto le
habían gustado a Alfredo. El mantel impecablemente planchado, combinando con la vajilla. Las
servilletas dobladas de modo que se vieran las iniciales. Los cubiertos ordenados a los lados de los platos. El
ritual acostumbrado.
Pedro fue el primero en captar la recreación
del antiguo ambiente familiar:
--No te
has olvidado de nada, veo que hasta has sacado los antiguos servilleteros de la
infancia. Ya ni me acordaba de sus existencia: aquí están mis iniciales: PM.
--El mío
LM sigue abollado, como el día que te lo estampé en la cabeza porque me habías dado un patada por
debajo de la mesa. Papá se enfadó de verdad, no soportaba las malas formas.
--Tenéis
que reconocer que erais un poco salvajes. Cuando mamá y yo vinimos a vivir aquí
después de su boda, yo os contemplaba
con terror. Corríais por los pasillos como si fuerais miuras y yo tenía que pegarme a la pared para
no morir aplastada.
--Pronto
aprendiste a torearnos, porque al cabo de un par de años, hasta te abríamos la
puerta para que pasaras tu primero.
--Sí,
Luis pero después de cada detalle versallesco, venía una petición.
--¿Cómo
qué?
--Pedirme
la moto y luego, más adelante, el coche para salir por la noche, por ejemplo.
--Lo
mejor eran las reacciones de papá ante las peticiones de salidas nocturnas”me
lo pensaré” decía muy serio, mirando por encima del periódico. En realidad,
quería decir: “se lo preguntaré a Mercedes”. Pedro se rió recordándolo
--Ahora
lo veo con otros ojos claro, pero no se me olvida como le juzgaba de ridículo,
cuando veía lo enamorado que estaba de Mercedes. No podía soportar ver que
fueran de la mano, o les cazara besándose o mirándose embelesados. Con mis
quince años, me parecía cómico, inadecuado.
--Tenía la misma edad que tú tienes ahora, Luis, más
o menos.
--¿Me
verán así de ridículo mis hijos?
-- No
creo, eres bastante menos cariñoso que tu padre. Ana le miró irónica- te
ocultas detrás de la máscara de la seriedad.
Se
callaron los tres, absorbidos por sus propios recuerdos. El silencio fue roto
por Ana:
-- Es duro
hacerse a la idea ¿verdad? Me refiero a la idea de su ausencia, de la ausencia
de ambos. Recuerdo que cuando murió mi madre, me sorprendió que vuestro padre,
a la vuelta del funeral, no se sentara en su sillón habitual sino que lo hizo
en el que normalmente se sentaba mi madre. Y desde entonces siempre lo hizo
así. No sé por qué, juzgué este hecho
como una falta de sensibilidad. Después de algún tiempo tuve el valor de
preguntárselo y su respuesta me emocionó: “porque así no veo su asiento vacío”.
--Mañana
nos espera un día intenso. Por cierto
Pedro, hay que llamar al notario, para acabar cuanto antes con todos los
fastidiosos trámites que siempre duran más de lo que se espera. Es algo tarde
pero no creo que le importe, es muy amigo de papá.
Pedro se dirigió al cuarto de estar para hacer
la llamada. A los pocos minutos estaba de vuelta. Confirmó que les recibiría al
día siguiente a última hora de la mañana, una vez que hubiera terminado con sus
anteriores citas.
--Es
bueno tener amigos notarios, afirmó Luis. Facilitan los trámites. Ya sabes,
conocen los entresijos de la burocracia. Me alegró que nos reciba a última
hora, así tendremos tiempo de echar una mirada a los papeles de papá por si hay
algo que le pudiera interesar al notario. Luis siempre cogía el mando.
A la mañana siguiente, después del desayuno,
mientras Ana se ocupaba de las cosas de la casa, los dos hermanos, revisaron
los papeles del buró de su padre. No encontraron nada relevante, Se acordaron de la caja fuerte empotrada en
la pared. Recordaban la clave con claridad. Su padre se la había dado hacía ya
tiempo. Al abrirla vieron, entre otras cosas,
las joyas de su madre y de Mercedes.
--Ana,
ven un momento por favor. Luis levantó la voz para que le pudiera oír. Es sobre
las joyas de tu madre.
Se oyó un ruido de platos rotos.
--¿Algún
accidente? Preguntó Luis.
--Se me
ha resbalado una bandeja con varias tazas. Son fáciles de reponer. La voz de
Ana parecía algo alterada. Dejarlas ahí de momento. Ya habrá tiempo de
sacarlas. ¿Habéis encontrado algo que os interese?, pregunto desde la cocina.
Pero
los dos hombres no prestaron demasiada atención. Se habían topado con los
álbumes de viejas fotografías colocados en la biblioteca del salón. Ana había
terminado con los preparativos de la comida y se unió a ellos.
--Tú y yo, Pedro, nos parecíamos mucho a mamá. La reconozco
siempre en todas las fotografías, pero si me preguntas como era no sabría
describir sus facciones.
--Sin embargo Ana ha sacado poco parecido a su madre.
-- No habéis sacado ningún parecido a vuestro
padre, terció Ana, irónica. Una lástima, porque era bien guapo.
--Tampoco el tuyo debía ser muy feo, porque es
cierto que te pareces a tu madre, pero eres más guapa que ella.
--Mira esta foto de papá y mamá el día de su
boda. Rieron los dos hermanos viendo a su padre, con la ceja levantada como un signo de interrogación.
--Aquí hay otra de la boda de nuestro padre y tu
madre, Ana. La verdad es que estaba estupenda a sus 42 años. Pedro se volvió
hacia ella con cariño. Tiene que ser duró no haber conocido a tu padre.
-- Sí, lo fue. Pasar años sin padre es duro, pero
cuando mamá se casó con vuestro padre, es como si Dios me hubiera compensado
por los años de orfandad.
--Cuando murió mamá nosotros éramos demasiado
pequeños para darnos cuenta de lo que estaba pasando. Yo recordaba a mamá, y la echaba de menos,- dijo Luis,- cinco años son muy pocos años, pero cuando papá nos
dijo, que se casaba con tu madre me
gustó la idea de tener una hermana de 24. Desde mis quince años me parecías muy
mayor.
El resto de la mañana pasó rápida, entre
recuerdos y lágrimas disimuladas. Una llamada desde la notaría les anunció que
podían acercarse en media hora. Los dos hermanos se despidieron.
--Volveremos en cuanto terminemos, así te contamos lo que nos diga el notario,dijeron.
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Vuelvo para la segunda parte. Me gusta como escribes, aunque creo que ya lo sabes.
ResponderEliminarTe dejo un fuerte abrazo,y me llevo tu enlace, para verte y no desviarme de camino. :-))
Gracias por tu comentario. Al releerlo creo que no me gusta lo que he escrito. Pero ahí queda.
EliminarUn abrazo fuerte.
Una historia que se pone interesante. Ahora voy a leer la segunda parte.
ResponderEliminarMuy bien escrito Begoña, te felicito.
Muchas gracias. Viniendo de una autora ya reconocida la aprecio doblemente. Ya veo que te has animado a asistir a un Taller de Escritura Creativa. Ayuda¿verdad?.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte. Espero que la segunda parte de guste más. A mi me gusta más.
Me encanta. Me encanta la descripción de los detalles, está lleno de sensibilidad. Sigo la segunda parte, siempre me intrigas...
ResponderEliminarUn beso.
Te agradezco mucho tu comentario. Me anima. Que tal estas pasando el verano?, Aquí tenemos una ola de calor y como no estamos acostumbrados, nos deja algo aplatanados.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte