LAURO. ACUARELA DE PALOMA ROJAS |
Transcurrieron cinco, diez, quince, veinte, treinta años, no se sabe exactamente. Durante todo este tiempo habían ocurrido muchos y grandes cambios en el pueblo. Varios de los vecinos habían muerto, otros lo habían abandonado buscando mejores perspectivas laborales y económicas. Algunos se ausentaron sin dar muchas explicaciones y no regresaron nunca. Pocos visitaban esporádicamente lo que habían sido sus orígenes.
Fue entonces cuando un hombre joven desconocido hizo su aparición en el pueblo. Venía de ultramar y dijo estar interesado en conocer la vieja casa del Dubois. Había oído hablar de ella a su padre, Monsieur Poirier, ya difunto, uno de los antiguos vecinos emigrados, quién le había contado todo lo ocurrido en aquel caserío . Le había hecho prometer que algún día visitaría el pueblo de Montpoisson, así como la vieja casa del crimen. En su nostalgia por el viejo terruño, la descripción minuciosa del pueblo y del interior y exterior del edificio , eran frecuentes evocaciones en sus conversaciones de anciano.
En el Ayuntamiento, le facilitaron las llaves de la vieja casa de Dubois. Explicó como su padre, Monsieur Poirier, había emigrado del pueblo hacía ya muchos años. Les contó de su muerte acaecida hacia algún tiempo, de su empeño en que visitara y conociera la casa de Dubois, del que había sido amigo, del crimen ocurrido allá y sus consecuencias. Los empleados más viejos recordaban a Poirier pero nadie quiso acompañarle. Y él se alegró de que no lo hicieran, prefería hacerlo solo.
Con paso decidido subió por la empinada cuesta, siguiendo las instrucciones de los empleados del Ayuntamiento. A mitad de camino giró sobre sus talones y contempló el valle a sus pies, como quien rescata un paisaje de la niebla del olvido. Al alcanzar la cima, donde aún se alzaba el viejo edificio, reconoció la casa por las explicaciones que su padre le había proporcionado.
Antes de entrar, la rodeo con andar parsimonioso, observó los campos circundantes, rodeó el abeto que se erguía valiente a la izquierda del edificio, se separó unos pasos para poder verlo en perspectiva; observó con satisfacción que la larga escalera de mano aún seguía apoyada en la pared, alcanzando la ventana del segundo piso.
Sentía curiosidad por ver el interior de la vivienda. La llave chirrió en la cerradura. Tuvo que empujar con fuerza la puerta de doble hoja para poder entrar. Se dirigió a la ventana de la izquierda para abrir el postigo y dejar que entrara la luz del exterior. Le costó abrirla, los años habían hinchado la madera y se resistía a ser abierta. Cuando lo consiguió asomó la cabeza y vio el abeto pegado a la pared, con la copa alcanzando el piso superior.
La casa rezumaba humedad, y olía a podrido. El polvo tapizaba el suelo, las pareces, el techo. Recorrió con la mirada el enorme zaguán que aún conservaba los muebles y algunos de los pertrechos de labranza. Era como si la casa hubiera estado sumida en un largo sueño, sin que nadie hubiera tocado ninguno de los objetos. Reinaba el orden: las sillas alrededor de la mesa de la cocina, las ollas colgadas de las paredes. Algunos platos reposaban en el escurridor. En la fresquera quedaban recipientes que en algún momento habían contenido alimentos, ahora evaporados o comidos por las ratas que habían hecho de la casa su guarida.
En cuatro zancadas alcanzó el segundo piso, abrió la ventana que daba al abeto, miró alrededor con calma, como quien contempla algo ya conocido, entreteniéndose en cada uno de los objetos que ocupaban la estancia. Paseó su mirada inquisitiva por todos los rincones como quién busca algo que sabe debe estar por allá, hasta que sus ojos tropezaron con un palo largo y fuerte, medio oculto entre los variados y viejos trastos dispersos por la habitación.
Sujetándolo con ambas manos se movió alrededor golpeando el techo a lo largo y ancho de la habitación. Escuchó con atención el sonido que producían los golpes Al cabo de un rato comprobó con satisfacción que uno de los ángulos del techo, sonaba a hueco. Se asomó a la ventana y elevó hasta el piso la escalera de mano apoyada en la pared externa, la colocó junto al ángulo del techo y empujó con toda su fuerza hacia arriba. Un cuadrante de madera cedió y crujió sobre los goznes de uno de sus lados. Poco a poco empujó la trampilla hasta vencer su resistencia; esta cayó sobre un costado dejando espacio para que el joven, apoyándose en los bordes del agujero abierto, se impulsara a si mismo hasta alcanzar la buhardilla.
Aquí no había ventana alguna, todo era obscuridad. Echó mano de unos fósforos que sacó del bolsillo de la chaqueta. Encendió un candil que encontró a tientas. Todo a su alrededor era miseria, trapos sucios, ratas, arcones de madera desvencijados, cortinas de telarañas, polvo acumulado. Ningún resquicio dejaba entrar la luz. Se disponía a descender de nuevo cuando sus ojos tropezaron con una caja de metal, ostentosamente colocada sobre uno de los arcones. Obedeciendo a un instinto inexplicable cogió la caja y se dispuso a bajar por la escalera de mano al segundo piso, sosteniendo el candil con la otra mano.
Inesperadamente tropezó con un bulto en el suelo que no había visto antes. Lo empujó a un lado para poder acceder a la escalera. Una especie de pelota extraña rodó por el suelo. Acercó el candil y vio que se trataba de una calavera envuelta en harapos. Con espantó comprobó que también estos cubrían varios huesos.
El hallazgo de los restos humanos alteró sus nervios; bajó por las escaleras de mano con paso inseguro. Su mente estaba turbada, su pensamiento giraba en remolinos. No podía pensar con coherencia. Un presentimiento impreciso iba apoderándose de su mente.
Siguió bajando el siguiente tramo de escaleras hasta alcanzar la planta baja. Tomó asiento en una de las sillas, depositó la caja de metal en la mesa. Clavó los ojos en ella, sin ver. En su mente le martilleaba una pregunta: ¿Quién era aquella calavera?
Poco a poco su respiración fue adquiriendo el ritmo normal, el corazón dejó de latir alocadamente. Decidió abrir la caja. La luz que entraba por la ventana no era suficiente y salió al exterior. Arrastró una de las sillas consigo y se sentó delante de la casa, con el pueblo a sus pies en la lejanía. La carta no estaba dirigida a nadie en particular, sino encabezada con un
A quien encuentre esta carta.
Mi nombre es Poirier y soy vecino del pueblo de Montpoisson. Espero que para cuando alguien encuentre esta carta yo esté muy lejos de aquí. Pero no quería desaparecer sin dejar constancia de los hechos que han ocurrido en este lugar.
Mi amigo Dujardin y yo, teníamos constantes contenciosos con Chichiliane, en relación a terrenos que él reclamaba como suyos pero que habían pertenecido a nuestras respectivas familias desde que nuestros bisabuelos podían recordar. Era un hombre avaricioso y poco honrado que no tenía escrúpulos en hacerse con lo ajeno.
Habíamos experimentado que acudir a la justicia era inútil, porque nunca había pruebas concluyentes para poder confirmar nuestro derecho sobre las tierras; algunas de las adquisiciones realizadas por nuestros antepasados se habían basado en la palabra dada, como era costumbre en aquellos tiempos. Teníamos la seguridad moral de que nosotros éramos los dueños. Decidimos darle una lección.
En una siniestra noche anterior a la gran nevada, cuando el valle desapareció bajo las nueves amenazantes y la casa de Dubois quedaba oculta a los ojos del pueblo, mi amigo y yo raptamos a Chichiliane; lo amordazamos y atamos de pies y manos; para asegurarnos de que sus gritos ahogados no nos iban a delatar, lo emborrachamos a la fuerza. Eran las primeras horas de la madrugada. Con enorme esfuerzo cargamos con el cuerpo por la ladera sur- imposible de ver desde el pueblo- y las provisiones necesarias para una estancia prolongada en la casa de nuestro amigo Dubois, sin que este se apercibiera del hecho.
Conocíamos su casa y sabíamos que nunca utilizaba la vieja buhardilla. Su vida transcurría en el piso bajo y apenas hacía uso del segundo piso. Utilizamos la escalera de mano hasta alcanzar la ventana del segundo piso. Tiramos de Chichiliane subiéndolo por la escalera. Luego entre los dos la alzamos hasta meterla en la casa. Subidos en ella empujamos con esfuerzo la trampilla, prácticamente invisible a ojos poco familiarizados con la casa de Dubois. Era la entrada a la buhardilla y los tres nos introdujimos en ella. Nuestro plan era intimidar a Chichiliane hasta que este nos firmara una carta reconociendo que éramos dueños de las tierras en litigio.
Pero no habíamos contado con la capacidad de resistencia de Chichiliane. No cedía a nuestras presiones y amenazas y no se avenía a firmar ningún papel que acreditara nuestro derecho a las correspondientes tierras.
Yo tampoco había contado con la capacidad de crueldad de Dujardin Y un día me encontré con que en un arranque de furia ante terquedad cerril de Chichilliane, le había matado y cediendo a su odio había manipulado el cadáver, vistiéndolo de forma ridícula y grotesca, colocándole su sempiterna pipa en la boca que sujeto con una especie de masa hecha con pan y agua. En el silencio de la noche había descolgado el cadáver por la ventana del segundo piso, atándolo al abeto pegado a la pared. Era un hombre de enorme fuerza física.
Cuando supe lo que había ocurrido, comprendí que estábamos en grave peligro. Escuchábamos en silencio los movimientos que Dubois estaba realizando descolgando el cadáver, su marcha precipitada al pueblo, la llegada de los gendarmes, las palabras del juez, los comentarios sobre las huellas en la nieve.
Nos dimos cuenta de que nos habíamos atrapado a nosotros mismos y que no podíamos salir de allá hasta que ocurrieran dos hechos: que los gendarmes dejaran la casa libre y que la nieve hubiera desaparecido. Apenas teníamos víveres, ni agua, porque no habíamos contado con una estancia tan prolongada. Solo cuando nos hubimos asegurado de que nadie rondaba la casa, bajamos a casa de Dubois y nos hicimos con algunos alimentos que nos ayudaron a sobrevivir.
Mientras esperábamos a que se dieran estas circunstancias, la relación entre Dujardin y yo, se hizo muy tensa. Yo le acusaba del crimen y de habernos colocado en una situación límite y él se defendía de forma incoherente buscando disculpas donde no las había.
Hoy hemos llegamos a las manos. Él es mucho más fuerte que yo, pero menos ágil. He visto que en su furia y terror, estaba dispuesto a acabar conmigo. He echado mano del cuchillo de monte que siempre tengo conmigo y se lo he clavado varias veces en el vientre y el pecho. Quiero que quede constancia de que ha sido en defensa propia.
Firmado Monsieur Poirier
El joven Poirier se quedó paralizado. Las ideas corrían veloces por su mente, atropellándose unas a las otras y sin acabar de concretarse. Empezaba a entender por qué su padre tenía tanto interés en que visitara la casa: quería confesarle lo que no había sido capaz de contarle, quería justificar su crimen. Las preguntas iban precipitándose, pero no encontraba respuesta a los muchos interrogantes que le acosaban.
Poco a poco en su mente se fue abriendo un plan. Hablaría solo del descubrimiento del cadáver, no mencionaría el hallazgo de la carta. Nadie conocía su existencia. Y su padre ya no vivía.
Absorbido por el terremoto interior no se había dado cuenta de que la tarde iba cayendo y empezaba a obscurecer. Como un autómata se levantó de la silla, la guardó en la cocina. Sacó la carta de la caja que dejó junto a la silla y la guardó en el bolsillo del pantalón.
Descendió lentamente colina abajo y se dirigió al Ayuntamiento; con gran nerviosismo contó el descubrimiento de los restos humanos hallados en la buhardilla. Uno de los empleados le acompañó a la gendarmería. Volvió a explicar quien era, el motivo de su visita, el empeño de su padre, ya fallecido, de que visitará sus raíces. La policía recordaba el crimen y el proceso de Dubois. Todos los datos de Chichiliane y Dubois estaban archivados. Algunos recordaban que en fechas anteriores y posteriores a aquel suceso que había revolucionado la vida del pueblo, algunos vecinos habían emigrado, entre ellos Poirier y otro alto y fuerte, Dujardin de nombre, creían recordar.
“La marcha de ambos causo algo de sorpresa en el pueblo, ya sabe, vecinos de toda la vida, pero la vida aquí no era fácil, era jóvenes y buscaban otros horizontes.”, comentó uno de los actuales gendarmes, casi un niño, en la época del crimen. "Recuerdo a su padre. Un hombre bajo y muy moreno. Usted no se parece mucho a él, si quiere que le diga la verdad. Si no me hubiera dicho usted que es hijo de Poirier, hubiera pensado que era hijo de Dujardin”
“Muchas gracias por la información que nos ha dado. Avisaremos al Juez ahora mismo y nos haremos cargo de los restos encontrados. Curioso, no teníamos aviso de nadie que hubiera desaparecido, aunque parece, por lo que cuenta, que es cosa que ha ocurrido hace algún tiempo. Díganos donde se hospeda por si el Juez necesita su colaboración. Puro formalismo, ya sabe, pero hay que cumplir la ley.”
NADIE DEBE SABERLO, pensó el joven Poirier. PERO YO NO PUEDO OLVIDARLO.
Me alegra que te guste mi blog. Bienvenido. He pasado contigo y veo que eres una persona muy positiva y con un planteamiento muy esperanzador de la vida.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita. Espero volver a verte por aquí.
Un saludo
Aunque es una segunda parte se puede considerar un relato en si mismo, independiente del anterior.
ResponderEliminarEsperamos el próximo .
Un abrazo
Me temo que no voy a seguir más. Lo doy por terminado. Tenía curiosidad por saber si os parecía mejor dejarlo solo con la primera parte o añadir otra segunda.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte
Querida amiga tus intentos de escritora me hacen dar pasitos para conseguir algún día ser como tu... Quizá de mayor lo consiga. Un placer compartir tus letras. Besosssss
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Lola. Me animas mucho. Con estos comentarios se me sube la autoestima. Yo ya no aspiro a fotografiar como tu,porque no creo que me de tiempo, pero mientras hay vida, hay posibilidades.
EliminarUn abrazo fuerte
Descubro este interesante blog y 'me descubro' ante él: Buenos relatos, originales argumentos.
ResponderEliminarÁnimo y avanti en el proceloso mar, éste de la Letra y la Palabra.
Un cordial saludo/abrazo
Bienvenida a mi blog! Me alegro mucho de que te haya gustado. He pasado por el tuyo pero tengo que verlos con detenimiento.
EliminarUn abrazo y hasta pronto