RETORNO
Mansión Isabelina
No sabe que es lo que le hizo recordar un pasado ya casi olvidado. Ha transcurrido tanto tiempo que casi parece parte de un sueño irreal. No entiende bien porque regresa buscando los girones de un recuerdo envuelto en la niebla fluctuante de su memoria.
Ha vuelto a bajar del mismo tren en la misma estación. Oscurece. Las tardes en Inglaterra son muy cortas. Un coche le recoge y silenciosamente atraviesa el pueblo. Tampoco esta vez puede hacerse una idea precisa de cómo es. Las ventanas iluminadas dejan ver el interior de los hogares de chimeneas encendidas. Con prudente velocidad el vehículo deja el casco urbano para adentrarse en campo abierto.
Reclina la cabeza en el asiento y se relaja mientras cruza a través de pintorescos y pequeños pueblos. Absorta, contempla en la lejanía las casas de campo diseminadas en el paisaje. Verdes praderas las rodean y lindes de arbustos separan las propiedades.
La solitaria y silenciosa carretera, que recordaba tan bien, serpentea bajo altísimos árboles centenarios que unen sus ramas, a muchos metros de altura, emulando la nave central de una iglesia gótica.
Otra vez es sorprendida por el inesperado giro a la derecha que le conduce por un estrecho camino asfaltado, que desemboca en una explanada ovalada rodeada de rododendros. Ya ha anochecido y la entrada principal al Manor de planta isabelina, apenas se ve. Varias ventanas emplomadas lanzan una débil luz sobre la explanada. A su luz mortecina puede ver el llamador de la puerta principal: una alargada barra de hierro terminada en una circunferencia. Tira de ella con timidez como lo hizo aquella primera vez.
Al poco tiempo la puerta le abren y vuelve a contemplar el largo corredor empanelado al que dan acceso las puertas del salón principal -con el piano de cola situado junto a la gran ventanal que se abre al jardín - la biblioteca, el antecomedor que, a su vez, da paso al amplio comedor de ventanas emplomadas. En una inmensa chimenea arde un reconfortante fuego que deja entrever entre sus llamas el escudo, forjado en hierro, de la familia.
En el extremo izquierdo del corredor arranca una amplia escalera con balaustrada de madera que se bifurca en otras dos que conducen al primer piso. En este se encuentran las habitaciones principales, amplias y amuebladas con buen gusto.
Con sigilo abre la puerta de la habitación tan conocida, que le trae el recuerdos del pasado.
Abre una de las ventanas y contempla el jardín que se despliega a sus pies. A la luz de la luna puede distinguir el parterre, lleno de plantas del tiempo. Los árboles centenarios con sus ramas desnudas, trenzan un precioso encaje a través del cual contempla la luna llena. La verde pradera se desliza con suavidad hasta desaparecer de la vista, talud abajo. Al fondo, en la lejanía, brillan las pequeñas luces parpadeantes de una aldea lejana.
El silencio se hace oír en esta soledad oscura. Un quieto silencio lleno de tensión, de promesas imprecisas, se apodera de la noche.
En el extremo derecho del jardín hace su aparición la figura blanca que parece deslizarse sobre el césped. Sus movimientos son armoniosos y llenos de encanto. El vaporoso vestido flota a su alrededor dejando una estela de luz a su paso. Avanza hacia la casa sin rozar el suelo.
No siente inquietud, solo expectación. La frágil figura sigue avanzando, pasa debajo de su ventana. Ahora puede oír el tenue sonido de la tela al rozar las florecillas ocultas en la hierba. Se dirige hacia el extremo izquierdo de la casa. Desaparece en el recodo.
Oye como la puerta principal se abre y los suaves pasos se encaminan hacia el salón.
Segundos más tardes empieza el concierto. La música invade la casa, en un estallido de armonía, fuerza y pasión. Se mete por los resquicios del techo, trepa por las paredes, sube hasta su habitación.
Vencida por su amor a la música corre escaleras abajo. Sigilosamente gira la manilla de la puerta del salón y se desliza dentro. La etérea interprete se recorta contra la blanca luz de la luna; inmersa en un mundo de belleza, se inclina sobre el teclado olvidada de la realidad que le rodea.
No sabe cuánto tiempo ha pasado. El tiempo no existe cuando el placer y la belleza se apoderan de nosotros. Simplemente se vive.
El silencio vuelve a oírse. No osa moverse, permanece rígida en un rincón del salón. La figura blanca se acerca a ella. Le sonríe: “Has vuelto. Estaba segura de que algún día lo harías. Mañana recomenzaremos las clases”.
Y la gran Andropova se aleja con su andar evanescente. La sonrisa aún permanece en su rostro.
Por fin sabe por qué ha vuelto.
Parece que avanzas con el curso al que te has apuntado pues este relato, a mi parecer, tiene bastante imaginación y está muy bien escrito. Un abrazo
ResponderEliminarMe encantaría que fuera cierto lo que dices. Desgraciadamente, este año no me he organizado lo suficientemente bien y casi no me queda tiempo para subir cosas al blog ni para meterme en los vuestros. Con gran pesar, por cierto. Pero espero que según avance el curso vaya cogiendo más agilidad.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte
Hola¡
ResponderEliminarMe alegra saber que estás donde querías. Los comienzos suelen ser duros pero, el fruto se ve enseguida. El ambiente que se genera en ese tipo de talleres siempre termina por envolverte y la escritura simplemente fluye. Enhorabuena. me alegra mucho saludarte y te deseo mucha suerte.
Un abrazo.
Aloe.
Aloe, muchas gracias por tus letras. Efectivamente, al principioo en duro, porque te das cuenta de lo poco que sabes y de lo mucho que hay que aprender, simplemente para escribir un poco mejor. Pero te absorbe y lo ves todo en terminos de escritura.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, un texto entretenido, muy bien escrito y muy ilustrativo , con muchos detalles.Un abrazo y buena semana.
ResponderEliminarMe alegra lo que me dices. Anima a seguir intentándolo. Lo malo es que la vida absorbe demasiado y no te deja mucho tiempo para crear mas cosas.
ResponderEliminarQue tamibén tu tengas una buena semana.
Un abrazo
Hola Begoña, que tengas un buen fin de semana, por aquí promete lluvioso... típicamente otoño-invernal.
ResponderEliminarUn abrazo.
Aloe.
Hola Aloe,por tu tierra estamos parecido. Ayer apareció un viento fuerte precursor de lluvia y tormenta. Los hojas bailaban a su son y los cabellos flotaban en el aire. Hoy, naturalmente llueve. Gabardina obligada.
ResponderEliminarMe alegro de saber de ti.
Un abrazo
Hola, Begoña...creo que no tienes el pecado del ego...debes creernos cuando te decimos que escribes muy bien.Tus relatos se leen con gusto, sin sentir...saben a poco, como suele decirse...y eso es porque son buenos.
ResponderEliminarUn beso y hasta pronto.
¡¡¡Muchísimas gracias por tus palabras tan alentadoras!!! Te voy a creer.
ResponderEliminarMe he asomado varias a veces a tu blog y por fin, ayer, encontré una entrada nueva. Llevabas algún tiempo sin aparecer. La vida, a veces, se nos impone y no podemos realizar lo que nos gustaría.
Un abrazo muy fuerte.
Hola Begoña.
ResponderEliminarMis mejores deseos de paz y amor para estos y tantos días que tenemos por delante.
Te deseo una muy ¡¡FELIZ NAVIDAD¡¡
Un fuerte abrazo.
Aloe.