LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

lunes, 18 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE


Alegría ante la caída del Muro de Berlín
CAPÍTULO VII

Madrid 1989

         Carmen no podía quitar los ojos del televisor. La noticia era un hecho que iba a cambiar el derrotero de la Historia. Pero el nebuloso recuerdo de algo vivido con anterioridad le inquietaba y no podía concretar que era. La mujer morena con ojos claros evocaba vagamente a alguien que no podía identificar pero que le resultaba familiar. Continúo contemplando la escena del encuentro de aquellas cuatro personas.  La mujer se separó suavemente de los demás y giró la cabeza a la vez que extendía un brazo y hacía gestos de acercamiento a alguien que se encontraba fuera del encuadre de la cámara. Giró esta y la figura de un hombre de mediana edad hizo su aparición. Se dirigió a los dos ancianos y al hombre que les acompañaba. La mujer habló con ellos y parecía que hacía las presentaciones. En  sus rostros apareció una mirada de alegría y agradecimiento. Un acercamiento de la cámara hizo audible las voces por unos instantes y Carmen pudo distinguir la del quinto personaje: en un ceceante inglés se presentaba  como el marido de Edith. 
            El corresponsal interrumpió la escena para explicar lo que estaba ocurriendo en otras zonas del muro. Carmen se dejó caer en el sillón, sobrecogida. Ahora sabía de quienes se trataba. 

Buenos Aíres

CAPÍTULO VIII

Argentina 1990

         Helmut Schroeder contempló su habitación: pequeña, oscura, de muebles vulgares. Ninguna foto personal o de familia. Ningún detalle que hablara de él. 
         Era un buen escondite aquella zona tan anodina de la ciudad, en la que los vecinos apenas se conocían. Ahora trabajaba como profesor de alemán en una academia de segunda categoría. No le gustaba pensar en su vida en Alemania, una vida de fracasos continuos. Cuando en 1989 vio los reportajes de la caída del Muro de Berlín por la Televisión, no pudo despegar los ojos de la pantalla. Allí estaban ellos cinco, unidos, vencedores. Supo que su vida tenía que tomar un giro radical. Quedarse hubiera sido peligroso. 
          Sintió un infinito vacío.  Nadie le iba a echar de menos. Espiar las vidas ajenas es una labor estéril. Sorbió un trago de mate y su mirada se perdió en el vacío.

domingo, 17 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE




Caída del Muro de Berlín

CAPÍTULO VI, continuación.

Berlín 1989

           El 9 de noviembre de1989 fue anunciado de modo oficial que a partir de la media noche los alemanes del Este podían cruzar libremente las fronteras hacía la Alemania del Oeste. Esto incluía el muro de Berlín. La gente se fue agolpando a ambos lados de las distintas fronteras y a la hora en que oficialmente se declararon abiertas, los berlineses de ambos lados comenzaron a cruzarlas, en coche, bicicletas, andando. La emoción era intensa e incontenida. Las familias que no se habían podido ver durante décadas, se abrazaban llorando y riendo a la vez. Se brindaba con vino del Rhin. Con ojos húmedos los berlineses occidentales regalaban presentes a los conocidos y desconocidos de la parte oriental. Otros entregaban flores a los soldados que hasta entonces habían sido temibles guardianes de la separación. Estos a su vez las colocaban en los parabrisas de los coches que cruzaban la frontera. Poco a poco la marea de gente a ambos lados se fue acercando al muro y como si se hubieran puesto de acuerdo comenzaron a derribarlo con picos, palas, martillos o lo que encontraran a mano. Era un trabajo común en la que todos se sentían una sola nación, impulsados por un mismo sentimiento de liberación. Desconocidos de ambos lados se ayudaban mutuamente a derriban el muro de la vergüenza y lo hacían con alegría irreprimible. Cuando lograban abrir brecha se fundían en un estrecho abrazo. Ya no había enemigos sino una misma patria y mirándose a los ojos reconocían en el otro al hermano alejado a la fuerza y ahora recobrado.
          Varias televisiones occidentales estaban presentes en el acontecimiento y tomaban distintas escenas de reencuentros. En un momento dado se captó una escena especialmente emotiva que recorrió el mundo: una mujer de mediana edad, alta, de cabello oscuro y ojos llamativamente claros y grandes, llenos de lágrimas, esperaba con los brazos extendidos en impaciente espera a un hombre maduro que auxiliaba a una pareja de ancianos a trepar por las brechas ya abiertas en el muro. La mujer morena corrió en su ayuda, y los cuatro, ya en zona occidental se fundieron en un apretado  abrazo. Parecían formar un conjunto escultórico, paralizados por la emoción. Pasaron varios minutos antes de que lentamente su fueran desprendiendo del abrazo y se contemplaran sin poder pronunciar palabras. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE




Perth
CAPÍTULO V. continuación

Cuartel  general de Perth 1960

-     Lo hemos conseguido -  pensó John Thackary -  No creo que la española se haya enterado de nada. Edith lo ha hecho muy bien. Por fin hemos establecido contacto otra vez. Un alivio. Pero me ha inquietado su descuido, contando a Carmen su huida a occidente y la actitud de su familia respecto a ello. Espero que le haya quedado claro que tiene que romper el contacto con ella cuanto antes y cambiarse de casa.

La llamada de Edith había sido clave. Concertaron en qué lugar él saldría a su encuentro y se ofrecería a recogerlas Aprovechando el ruidoso recibimiento de la tropa  con aplausos y pitos de admiración que tenían encandilada a la española, ellos habían concertado un próximo encuentro. Recordaba los primeros tiempos cuando había sido trasladado a la Embajada de Berlín Oriental y había conseguido la colaboración de Edith para establecer una red de espionaje que trabajara para él, dentro del país. Varias operaciones de la STASI contra alemanes huidos a occidente, habían sido abortadas. Edith era una mujer valiente e inteligente. Con nervios de acero. Había sido peligroso sacarla de Berlín oriental pero lo habían logrado. Durante un par de años, la tuvieron en dique seco, adoptando una falsa personalidad en Inglaterra. 
Ahora era el momento de que se incorporara de nuevo al campo de lucha, trabajando para el cuerpo de contra espionaje, pero desde occidente.


martes, 12 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE

Oban

CAPÍTULO IV. continuación

Oban 1960

Helmut Schroeder estaba furioso. Se le había escapado de las manos. Estaba seguro de que la culpa  era de aquella española, que le miraba con recelo y estropeaba todos sus intentos de aproximación a Edith Muller, la maldita traidora de ojos claros que había pasado información a occidente. Información valiosa. Había conseguido ser admitida en la STASI cuando era muy joven y los jefes la consideraban una mujer muy perspicaz; las informaciones que había conseguido habían aportado datos muy relevantes. Las operaciones que había llevado a cabo habían sido arriesgadas pero exitosas. Aunque los resultados finales no fueron todos satisfactorios. Siempre fallaba algo o alguien. Fue ese hecho el que les puso en guardia. Pero ella había huido antes de que pudieran darle caza. 
Ahora su misión era localizarla en occidente y trasladarla secretamente a Alemania Oriental. Por fin había dado con su paradero, después de años de búsqueda  Su familia siempre había defendido que no sabían dónde estaba ni que hacía. Ni los  severos interrogatorios llevados a cabo, ni las amenazas de prisión, habían surtido efecto ni cambiado la actitud de sus padres y hermano. Tampoco habían podido descubrir ningún sistema de comunicación entre ellos y la hija huida. 
Sin embargo sí sabía quién la había reclutado para trabajar para occidente. Esto hacía aún más importante atraparla para arrancarle por todos los medios necesarios donde se encontraba ahora. Y tenía unos medios muy poderosos: amenazarle con la seguridad de su familia en Berlín Oriental.
Recordó que el día anterior habían quedado en ir a Aberdeen. Cogería el primer autobús que saliera hacia aquella ciudad. No podía fallar en la misión confiada por la STASI. De ello dependía su promoción en el cuerpo. 

lunes, 11 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE.


Perth

 Londres-Escocia 1960-65

CAPITULO III.continuación

Continuamos viaje y nos divirtieron mucho las diversas gentes que nos encontramos haciendo autostop. Nos reímos  especialmente con un soldado que iba a reunirse con su batallón en Perth donde le esperaba su compañía. Tenía el defecto de cecear y la lengua inglesa resulta cómica en esos casos porque se puede confundir el significado de las palabras. A pesar de ello era un charlatán. Nos preguntó por nuestras procedencias, nuestros trabajos, lo que pensábamos de su país. El viaje se nos hizo corto y el recibimiento que le hizo la tropa al ver que, además de él, aparecían dos chicas jóvenes, fue un griterío de silbidos y enhorabuenas. 
Después de esto, otro tipo, un conquistador empedernido, nos recogió en Perth y nos dejó en Edimburgo después de invitarnos a comer en un magnífico hotel en el camino.
 En Edimburgo acabó nuestro periplo, nuestra aventura compartida. Partimos de la misma estación ferroviaria aunque con distintos destinos y a distintas horas.  Minutos antes de que mi tren arrancara, mi amiga se dio cuenta de que no teníamos  nada para comer durante el viaje. Salió corriendo para comprarme un par de sandwiches en la cafetería del andén. Cuando, jadeante, llegó con ellos, mi tren empezó a arrancar lentamente. Yo bajé las escalerillas, sin descender del vagón, para recoger el paquete que me ofrecía. Las dos estábamos conmovidas pero lo disimulábamos con risas y bromas. Su figura se perdió en la distancia y yo volví a mi asiento.
Mientras veía deslizarse por la ventanilla los campos escoceses y las praderas inglesas tuve el presagio de que había vivido algo que nunca volvería a repetirse. Habíamos intercambiado nuestras señas pero yo tenía el presentimiento de que era un deseo baldío. Efectivamente nos escribimos durante algún tiempo pero inesperadamente un día dejé de recibir contestación a mis cartas. Y desde entonces nuestra amistad se perdió en el silencio.
Ahora ya no puedo recordar su nombre. He repasado con todo cuidado las viejas agendas recopiladas durante estos años, en las que aparecen las personas  que he ido conociendo a lo largo de mi vida. Tengo la intuición de que uno de los nombres es el suyo pero no lo puedo asegurar. Ocasionalmente   se me viene a la cabeza y divago sobre su posible derrotero: ¿habrá  reencontrado a su familia? ¿Se habrá casado? ¿Tendrá hijos? ¿Se acordará de mí? ¿La volveré a encontrar algún día?


Edimburgo

viernes, 8 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE. CAPITULO II



Castillo y Parque de Inverness


Londres- Escocia 1960-65

CAPITULO II. Continuación 

Descansábamos en un pequeño parque, después de haber recorrido exhaustivamente el pueblo, dispuestas a atacar nuestros sándwiches. Yo le hablaba de mis planes de estancia en el país, de trabajos futuros, de mi familia, de mis hermanos y hermanas, de nuestra acogedora vida familiar, de mi hogar. E inesperadamente me encontré confiándole mi dolor ante un largo noviazgo roto, meses antes de la boda, motivo de mi estancia en Inglaterra. Le conté lo que me había costado superar ese fracaso, la huella que había dejado en mí y cómo poco a poco lo iba consiguiendo. Esperaba que a la vuelta a España, en unos años, mi dolor interno hubiera disminuido y pudiera volver a enfrentarme a la vida ordinaria sin aquel novio que, todavía, quiero tanto.
Ante mi asombro, mi amiga me confió que ella procedía de Alemania Oriental, de la que había escapado utilizando el metro de Berlín, el camino más seguro de huida, pues atravesaba los dos Berlines, pero también el más vigilado. Su voz temblaba cuando me narraba: 
--Solo llevaba lo puesto para no levantar sospechas y zapatos de tenis para poder correr en caso de peligro. ¡Pasé tanto miedo! Si alguien me miraba más de dos segundos mis rodillas temblaban. O si me preguntaban por la próxima estación, mi voz se quebraba. Mi familia sabía de mis planes. Todos éramos conscientes del riesgo al que nos exponíamos pero me alentaron a que lo hiciera.-- Se le rompió la voz. Carraspeó y continúo -- La noche anterior a mi marcha, la familia nos despedimos con una cena algo mejor de la acostumbrada y brindamos por un rápido reencuentro al otro lado del muro. Creo que ninguno de nosotros durmió esa noche. A la mañana siguiente después de un rápido desayuno de madrugada nos fundimos en un apretado abrazo y salí de la casa sin mirar hacia atrás. Apenas veía el camino, no tanto por la obscuridad sino porque las lágrimas borraban mi visión. 
La escapada se había coronado con éxito y ahora estaba en Inglaterra, trabajando para una familia inglesa
Yo estaba conmovida y ella tenía los ojos húmedos. Quiso romper la tensión y  levantándose del banco comentó:
--Por cierto, quedé en llamarles para que supieran como me iba el viaje y  confirmarles  la fecha de mi regreso .
Pero yo, admirada de su valor, y cuando volvió de hacer la llamada, le pregunté si su familia había sufrido alguna represalia por parte del gobierno de la República Democrática.
--Nada vital, me respondió con inesperada reticencia – excepto que mi hermano no ha podido encontrar trabajo. 
No me atreví a indagar más pues intuí que no quería adentrarse en el tema. Inesperadamente añadió, como a pesar suyo: 
--No  he vuelto a saber nada de ellos.
Nos hicimos muy amigas pero nunca volvimos a hablar de ello. A pesar de sus circunstancias, era una mujer alegre y divertida, llena de vitalidad y esperanza que sabía encarar la vida de frente.

Metro de Berlín

jueves, 7 de agosto de 2014

NO PUEDO RECORDAR SU NOMBRE






CAPITULO I, INTRODUCCIÓN.

Londres-Escocia 1960-65

Nos conocimos por casualidad en las vacaciones de Semana Santa. Yo había acordado con una amiga de Londres recorrer Escocia en esas fechas, utilizando los autobuses “Green Line”. Un par de días antes de la partida, a mi compañera de viaje le surgió un impedimento insuperable. Dudé qué hacer pero en un  arranque de espíritu pionero, decidí aventurarme en solitario. Dejé Londres pronto por la mañana, y al cabo de varias horas aparecí en Glasgow y me dirigí a un Youth Hostal. Una vez instalada pasé al comedor, recogí la bandeja en el autoservicio y elegí mi cena. Me senté en una mesa frente a una chica que también se encontraba sola. La recuerdo nítidamente: alta, morena, con ojos grandes muy claros y mirada sonriente.
Establecimos un diálogo y descubrimos que ambas nos encontrábamos en circunstancias similares. A pesar de proceder de países muy distintos- ella era alemana y yo española- acordamos seguir el viaje juntas. Recorrimos la ciudad de cabo a rabo, admiramos el Cristo de Dalí y disfrutamos con la vista de los jardines floridos y alegres. Trazamos un plan para el día siguiente. Decidimos hacer autostop y dirigirnos a Oban. Tuvimos éxito: un camión que transportaba clavos nos recogió y al cabo de unas horas nos dejó en el pueblo.
           Oban es un rincón maravilloso, del que recuerdo la puesta de sol en el atardecer y la conversación aburrida de un alemán - Helmut Shroeder era su nombre - de ojos de un azul intenso que contrastaban con su pelo negro. No recuerdo bien como había ocurrido pero en un momento dado mientras recorríamos el pequeño pueblo se nos había unido. Viajaba solo y quizás por esta circunstancia nos resultaba imposible deshacernos de él. Nos invitó a un viejo pub, donde saboreamos una deliciosa cerveza escocesa mientras con monótona voz nos contaba interminables historias irrelevantes que no nos interesaban en absoluto. Estaba claro que su compatriota le interesaba mucho más que yo y me llamó la atención su curiosidad por saber de nuestras vidas. Era evidente que lo que pretendía era unirse a nosotras dos y continuar el viaje los tres juntos hacia Aberdeen, nuestro próximo destino. Así que las dos decidimos marcharnos de Oban subrepticiamente a primerísima hora de la mañana, cambiando de rumbo por sugerencia de mí amiga. Cogimos un autobús que, atravesando paisajes maravillosos, pequeños pueblos encantadores y orillando un Loch Ness calmo y sin monstruo amenazador, nos llevó a Inverness.
Poco  a poco las dos fuimos conociendo nuestras mutuas circunstancias y afanes en la vida y espontáneamente surgió una confiada amistad.



Inverness y la Catedral 
 

miércoles, 6 de agosto de 2014

PRESENTACIÓN DE MI NUEVO RELATO CORTO.


Arriluce


Durante estos días de verano voy a subir mi último relato corto que realicé en el Taller de escritura Creativa al que asisto.

Como, a pesar de denominarse relato corto, es un poco largo, y generalmente nadie cuenta  con tanto tiempo como para poder concentrarse en la lectura,voy a dividirlo -  algo arbitrariamente -  en distintas partes para hacer más llevadera su lectura.

No se si a vosotros os pasa pero a mi me ocurre que cuando me enfrento a un escrito muy largo que va a requerir tiempo para ser, me entra una especie de pereza mental que me hacer pasar los ojos - pero no el interés - por encima de las letras, sin llegar a enterarme de lo que me han querido contar. Esa es la razón que me ha llevado a decidir fragmentarlo en varios cortos pasajes.

Mañana empezaré a subir la primera entrada.