LA RÍA DE BILBAO.ACUARELA DE PALOMA ROJAS

jueves, 26 de enero de 2012




LA LIBERTAD SE VISTE DE BLANCO







Despierta  sobresaltada. Una resplandeciente  claridad  asoma por la ventana, avanza hacia su cama y le ciega.  Vuelve el rostro  hacia su marido que continua durmiendo con respiración acompasada. No quiere despertarle todavía. Es pronto.

Sigilosamente aparta las sábanas, se envuelve en la bata  y   ciñe fuertemente  el cinturón para defenderse del frío. Con pasos silenciosos camina hacia el cuarto de estar.   Desde  el gran  ventanal, cubriéndose los  ojos con la  mano a modo de visera, puede distinguir, al fondo, las altas montañas brillantes y casi cegadoras en su blancura,  que rodean el valle en el que está asentada su casa.  
Contempla maravillada   como la nieve desciende majestuosa desde el  pico más alto, se desliza por las  laderas y se posa suave y blanda sobre los tejados de las casas, los desnudos   árboles  y   los campos de labranza, ahora invisibles, desparramados a sus pies.

Otra vez vuelve a hipnotizarle  la nieve.

Blanca  y bella mientras permanece sin que pisada alguna haya ollado su  superficie. 
Nívea belleza que se convierte en traicionera  al cubrir  los peligrosos desniveles del terreno.
Nieve cruel capaz de ocasionar graves daños y pérdidas cuantiosas
Nieve generosa que incrementa el caudal de los ríos.
Nieve dañina en el   deshielo, que hace que los ríos se desborden.
Nieve juguetona que proporciona  horas de  descensos vertiginosos,  con  sensación de poderío y fuerza.

Quiere no acostumbrarse nunca  a sus  apariciones cíclicas
Quiere que  le sigan sorprendiendo, que no por esperadas dejen de maravillarla.
Quiere contemplar sin prisas los campos  silenciados  y sumergirse en su misteriosa transformación.
Quiere disfrutar  de  estas primeras horas  de la mañana, antes de  que  las huellas  de los hombres y  las ruedas de los coches, hayan convertido el mar de plata en barrizal impracticable.
Quiere gozar del  silencio aterciopelado  que lo envuelve todo, amortiguando   cualquier otro sonido y le enfrenta a la soledad.

Por  encima de todo predomina  triunfante el sentido de libertad que le embarga.

Las carreteras están intransitables. El tráfico cerrado. Las obligaciones profesionales y sociales de los días normales, suspendidas.
Se sabe libre de la rutina cotidiana. Libre  para poder dedicarse a las aficiones a las que normalmente  no puede conceder  todo el tiempo que le gustaría.

Disfruta de antemano de las horas que va a compartir  con su marido, horas entregadas  a la lectura, sentados frente a la chimenea trepidante. Se  deleitaran  escuchando a sus compositores favoritos. Pasearan por los prados que rodean la casa, con sus botas de goma, recias y fuertes, los pies enfundados en varios pares de calcetines para combatir el frío inmisericorde. Dejaran  que su mirada se pierda   en  el paisaje quieto y monocolor, solamente roto por algún salpicón de verde y las vallas de madera que delimitan las heredades,  creando  puntos de referencia.


martes, 10 de enero de 2012

II CERTAMEN DE RELATOS DE MUJER ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN DE MUJERES "GURE IZARRAK" DE BERRIZ




Por fin, hoy subo el relato ganador.

LAS ROSAS  DE  LA ESPERANZA



Mi  padre, el Comandante Hepworth-Taylor, había sido una  de  las primeras  autoridades militares   del  ejército aliado que había entrado en Auswitch    y había sido testigo del horror de la animalización  del ser humano. Allá había conocido a Mr. Spitz.

Establecieron  cierto nivel  de amistad y cuando Mr. Spitz se trasladó a vivir a Inglaterra, al terminar la contienda, ofreció  a este la posibilidad  de cuidar de mi jardín.  Mi marido había  muerto al finalizar  la II  Guerra Mundial  y  desde entonces el jardín tenía más aspecto de jungla  que de jardín urbano.

Mr. Spitz era un hombre  de mediana edad, enjuto, pelo canoso que dejaba ver que había sido oscuro, cara larga, y estrecha,  nariz prominente pero afilada, ojos pequeños  y observadores. 

No sabía nada de su vida  excepto que era muy buen trabajador y muy honrado: un hombre silencioso y reservado, algo peculiar y poco comunicativo, pero respetuoso  y  muy buen profesional.

Cada  mañana  llegaba a su trabajo  con puntualidad germana, discretamente se dirigía al armario de las  herramientas, sacaba sus utensilios de labor y sin  intercambiar palabra alguna, se ponía manos a la obra. Cuando tropezaba con él,  le saludaba  amablemente por su nombre y procuraba  hacer algún pequeño comentario laudatorio  sobre el estado  de las flores y el diseño del jardín que estaba llevando a cabo; respondía sucintamente con unos "Buenos días", escuetos y  "gracias Madam " sin  interrumpir su faena.

Cuidaba el jardín   fiel y silenciosamente. En primavera rebosaba  de rosas. Bellas rosas de diversas  variedades, nuevas creaciones que él conseguía combinando distintos injertos. En primavera un olor  embriagador  se  infiltraba hacia el interior   de  la casa, logrando  que la vida pareciera bella  y merecedora de vivirse, incluso en los difíciles  años de la postguerra.

Lo  que más me  llamaba la atención  de Mr. Spitz era su mirada; inteligente, desconfiada, observadora y algo burlona, como si en el fondo de su ser  contemplara a los demás desde la perspectiva  de un  experimentado conocimiento del ser humano, de reserva,  de distancia.

El  caluroso  día  de   verano que se  remangó su sempiterna camiseta  de manga larga, todo quedó explicado.  Su brazo derecho  estaba marcado con un número: su número de prisionero de Auswitch.
Ante este descubrimiento quedé profundamente conmocionada: había oído hablar de esos tremendos hechos pero nunca había  conocido a nadie que hubiera pasado por esa trágica  experiencia.

Reuniendo todas mis fuerzas, en uno de los días de la siguiente  primavera que paseaba por el jardín para contemplar  con placer el florecimiento de las nuevas rosas, me atreví a preguntarle sobre sus conocimientos del  arte de la  horticultura. Y aproveché la ocasión para, de manera torpe y poco natural pero  que me salía del corazón,  decirle lo mucho que lamentaba su terrible experiencia, de la que en parte me sentía culpable, como todo ser humano  contemporáneo de esos hechos.
  De forma inesperada, y  como quién realiza un gran esfuerzo físico y  emocional, me contó  la siguiente  historia.

"Nunca antes  he confiado   a nadie lo que le voy a contar pero hay algo, en su persona, que me inspira hacerlo; quizás sea que  presiento en usted una actitud, una predisposición, a entender el respeto debido  a los seres humanos,  lo que supone la humillación del  desprecio irracional,  lo que es el dolor de una traición.
Nací  en un pequeño pueblo de Austria, mi familia era la única familia judía del lugar. Habíamos vivido allá por generaciones. Mi padre se había dedicado a la jardinería pero tenía  ambiciosos proyectos para mí, su único hijo, y con gran esfuerzo de su parte había conseguido que entrara en la universidad de Viena  y estudiara medicina, dedicándome a la especialidad de Psiquiatría.
Uno de mis compañeros de curso  era  un chico inglés. Los estudios y el hecho de que a ambos nos gustara la jardinería  hicieron que fuéramos buenos  amigos,  aunque rivales como estudiantes. Existía  una corriente de confianza entre ambos. Su perfectísimo alemán, combinado con un defectuoso acento, invitaba a la risa. Acento que yo imitaba burlonamente. Una vez acabada la carrera yo me establecí en Viena y alcance cierta fama y reconocimiento de ámbito nacional.
Mi amigo inglés, Mounthorn, se había  establecido en Londres donde  era considerado  el psiquiatra  de moda. Manteníamos  una relación fluida y nos intercambiábamos experiencias profesionales. Incluso llegamos a encontrarnos  en  varios congresos de Psiquiatría que tuvieron lugar en distintas capitales de Europa. 
Pero  después de la anexión nazi de Austria perdimos todo contacto. Yo fui arrestado por las SS  y después de un simulacro de juicio por  traición a la patria fui enviado a Auswitch. Por lo visto un tal Hornberg- apellido muy común en mi país -   me había acusado ante las autoridades  de ser judío, conducta antinazi y conspirar contra el régimen.
Cuando  el tren en el que nos trasladaban llegó a su destino, nos empujaron como ganado a   una especie de  campo de futbol  situado delante de los barracones,  donde  al cabo de unas horas se presentó el Comandante Hornberg, Jefe  encargado del campo.  No  recuerdo lo que dijo, porque  mis ojos no podían apartarse  de él; reconocía la  voz, los  gestos, las expresiones de mi  amigo Mounthorn. Lo único que  había cambiado  era  su acento alemán, que ahora era perfecto.
No quiero extenderme sobre recuerdos imborrables de una vida sumida en el terror,  en la incertidumbre sobre  cuando llegaría el día en que fuera enviado a la cámara de gas. Hornberg  nunca dio señales de reconocerme. Y yo tampoco hice nada  por un posible acercamiento. Había demasiado odio en su mirada y en su actitud altanera, fría  y  dominante.
Inesperadamente, recibí la orden de ir  a trabajar su jardín  y  plantar  rosas alrededor de la casa, de manera que el Comandante estuviera rodeado de belleza que  impidiera la visión de los miserables barracones y  le ocultara  a su vez de cualquier posible mirada curiosa desde el exterior. Buscaba absoluta  privacidad  y  se blindaba  contra  la  miseria y horror     que le rodeaba. Tuve que  esforzarme mucho para hacerme imprescindible, creando nuevas  especies   de rosas - la flor preferida de  Hornberg -  pues de ello dependía el retraso de mi ejecución y mi supervivencia
en aquel infierno.  Era una forma de dar oportunidades a  que pudiera ocurrir algún cambio en la trayectoria de la guerra.
El cambio llegó cuando el Comandante Hepworth-Taylor, nos liberó. Todos los soldados de las SS  del campo  fueron hechos prisioneros.  Me contaron que a su padre  le había asombrado que en medio de toda aquella miseria deshumanizada,   existiera un jardín en el que todo era belleza. Le dijeron que yo era el autor, aunque mi profesión era la medicina. Era un hombre afable y muy humano  y sobretodo un ser compasivo y justo. Durante alguna  de las conversaciones que mantuvimos, comentó  en tono cordial y cierto asomo de humor  que si alguna vez iba a Inglaterra,  y no tenía otro trabajo, no dejara de ponerme en contacto con él  pues iba a  necesitar  un jardinero.
Después de nuestra liberación   pasamos por distintos trámites de cuidados  médicos, reubicación territorial, traslados a otros países; yo  acabé en Inglaterra. No me sentía capaz de reanudar mi  carrera médica, así que efectivamente me puse en contacto con su padre y aquí estoy.  Por lo menos ahora tengo seguridad y  la belleza de las rosas da paz a mi espíritu."

Mis ojos no se podían apartar de Mr. Spitz. Temblaba de manera violenta, incapaz de dominarme.

--Sabe cuál es mi nombre de casada, Dr. Spitz. ?

Negó con la cabeza, sin pronunciar palabra.

--Mounthorn, confirmé en un susurro. ¿Sabe por qué nos traicionó a ambos?"

--Sacudió la cabeza.

--Se lo contaré: Durante la guerra existió en Inglaterra un grupo de hombres que,  considerando que el Comunismo era una peor  amenaza que el Nazismo, decidieron apoyar a éste, ser una quinta columna dentro del país. Mi marido era uno de ellos. Yo lo ignoraba, sus encuentros  eran discretos y disfrazados de  reuniones de  caza del zorro, invitaciones de fines de semana a las distintas casa de campo  de sus componentes, de  actividades culturales  y sociales a las que yo también acudía, absolutamente ignorante de  lo que allá  se tramaba: la invasión de Inglaterra.

--Cuando el complot fue descubierto, Mr. Mounthorn  huyó a Austria, tradujo  su nombre  y se alistó en las SS. Al final de la guerra me fue comunicado que había sido condenado a muerte y ejecutado  por  traidor a Inglaterra además de por sus crímenes contra la humanidad.

--Pero lo que nadie supo nunca fue que Hornberg era su verdadero nombre, me respondió el Dr. Spitz. . Me lo contó cuando ambos estudiábamos en Viena.  Cuatro generaciones atrás su familia se había trasladado a Inglaterra por razones profesionales  y habían traducido su apellido al inglés. Su origen judío le causaba vergüenza y lo ocultaba. Lo que nunca pude imaginar es que esa humillación fuera  convirtiéndose en odio hacia sus congéneres, como un sistema de autodefensa de su  propia autoestima.

--¿Por qué no le acusó a alguien en el campo de concentración?,  pregunté.

--Para mi ser judío no es un delito y acusarle hubiera supuesto aceptar  que lo es  y por lo tanto condenarme a mí mismo. Nos hubiera conducido a ambos a una muerte segura y nada hubiera cambiado.

--Sonrió levemente y añadió: ni mi orgullo ni mi conciencia  me lo permitían.


 

miércoles, 4 de enero de 2012

II CERTAMEN DE RELATOS DE MUJERES



LA ASOCIACIÓN DE MUJERES GURE IZARRAK DE BÉRRIZ ORGANIZÓ ESTE AÑO EL II CERTAMEN DE RELATOS DE MUJERES.


Cuando una de mis compañeras de las clases de Escritura Creativa del Aula de Cultura de Villamonte, a las que asisto, me habló de esta posibilidad de presentarme a este Certamen, decidí hacerlo con un relato corto que había trabajado para las clases. Me sentí alentada porque a la profesora le había gustado el trabajo y - por qué no decirlo- a mi también.
Para una novata en el campo de la Literatura, es muy alentador, ver recompensado el esfuerzo. Cuando recibí la noticia de que se me había concedido el primer premio, me hizo muchísima ilusión.
Acudí a Bérriz  acompañada de un par de amigas. El evento tenía lugar en el Aula de Cultura de Bérriz, ya que su sede habitual estaba en obras.
El ambiente era encantador y la presidenta de la Asociación Rosi Pretel no podía ser más  acogedora.




El certificado del premio del Certamen que se nos entrego. Es posible que no se aprecie en la fotografía pero la cara de la izquierda  representa el mar en el que se encuentra un barco y la la cara de la derecha es el conjunto de arena y mar que tanto se da en nuestra tierra.

Aspecto del Salón de Actos   en el que tuvo lugar el acto.

La Presidenta de la Asociación de Mujeres Gure Izarrak  nos dirige una palabras al principio del acto.

Entrega del Certificado del primer premio. ¡El primero de mi vida!

Entrega del Segundo Premio. Se dio la coincidencia de que ambas asistimos a las mismas clases de Escritura Creativa, aunque a distinta hora, y nos conocimos allá.

Aspecto del hall central del Aula de Cultura, con algunos de los asistentes.

La presidenta de Gure Izarrak y las dos ganadoras, junto al marido de Eva, la segunda ganadora.

Buscando algo que no encuentro. Eva y su marido al fondo. Rosi también estuvo con nosotros.

En breve subiré el relato ganador y me encantará conocer vuestra opinión.